Alfonso Ussía
Descansito
Me intranquilizó la inesperada convocatoria de la Reina Isabel II a la totalidad del personal de su Casa. Nos llevamos bien y de cuando en cuando me pide consejo. Intuí una noticia luctuosa o un anuncio de separación matrimonial. Por fortuna, ni una cosa ni la otra. Se trataba de hacer público el descanso oficial y protocolario del Duque de Edimburgo, que a sus 96 años, ha decidido retirarse y dejar en blanco su agenda. Un buen tipo, no del todo reconocido por los ajenos al sentido del humor. Sólo fue reprendido con suavidad por su mujer, la Reina Isabel, cuando en uno de los viajes que rinde la Corona británica a sus viejas colonias, Edimburgo le preguntó a la Reina de Tonga: -Definitivamente, ¿usted es hombre o mujer?-. En la inauguración de una exposición de esculturas de un reputado artista inglés, y ante una de sus obras, la elogió de esta manera dirigiéndose al autor: - Me gusta. Parece muy apropiada para colgar toallas-. Durante más de sesenta años ha caminado a dos pasos de su mujer, y nunca ha tenido la osadía de adelantarla. Tiene mucho mérito esa persistencia con el respeto institucional. Los ingleses le tomaron bastante manía por su desapego a la figura de Diana Spencer, cuando algún motivo tendría para ello. Edimburgo conoció más de cerca a Diana Spencer que el resto de los británicos, y algo descubrió en la actitud de la malograda Princesa de Gales que no le convenció. Y algo de razón tenía.
Santiago Amón, mi viejo maestro, admiraba a Edimburgo por sus alardes estéticos. Decía que nadie en la Historia de la Humanidad, había llevado con tanta donosura sus condecoraciones, más aún, sin haber combatido en guerra alguna. Las relaciones con su suegra fueron complicadas a raíz de alguna extravagancia matrimonial del Duque. – A partir de cierta hora es mucho más agradable que con anterioridad a cierta hora-. Daba a entender que después de la primera tanda de «Beefeater,s» su suegra era más tolerante y cariñosa.
Ignora la muchedumbre el tostón de las obligaciones Reales. Y sesenta años cumpliéndolas pesan una barbaridad, sobre todo siendo el segundón. Sus impertinencias irónicas, más que intencionadas para reírse de los demás, le nacieron para no morirse de aburrimiento. Se comenta que sus relaciones con Carlos, su hijo y heredero de la Corona, no han sido un ejemplo de fluidez y confianza mutua. Esa distancia, de haber existido, pertenece a la intimidad familiar. A mí, y lo escribo con total sinceridad, nunca me han hecho partícipe de esa supuesta pugna anímica.
A otro mandatario exótico que vestía con un blanco conjunto de seda, le preguntó si lo que llevaba puesto era el pijama para dormir. Y abominaba del Palacio de Buckingham. -Vivir en Buckingham es como hacerlo en un escaparate-.
Ha sido el inglés que mejor ha representado el tópico de lo inglés siendo sólo un diez por ciento de inglés. Nació en la isla de Corfú, y es Príncipe de Grecia y de Dinamarca. Su abuela fue la gran Duquesa Olga de Rusia, y lo más inglés que tiene es su parentesco con Luis de Battenberg y Victoria de Hesse, de origen alemán. Es tío de la Reina Sofía de España, y no se apellida también Pérez de puro milagro. Los Battenberg ingleses, durante la Segunda Guerra Mundial, para camuflar su origen alemán –Battenberg «Monte Batten»–, lo britanizaron como «Mountbatten», que se traduce igual. Ante un proyecto de visita oficial a la URSS, estuvo sincero y poco diplomático. -Será un honor visitar Moscú, a pesar de que esos cabrones asesinaron a la mitad de mi familia-.
Con noventa y seis años ha decidido descansar de rollos y dedicarse al campo, la soledad y sus perros. Y creo que lo tiene merecido. Pero el Reino Unido pierde su clase, su elegancia, su ironía y sus impertinencias. Y encima, el Brexit.
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