César Vidal
Desde el apocalipsis
Una de las oportunidades que me ha brindado Estados Unidos es la de vivir de cerca el apocalipsis. Aquí, lo mismo te enteras de que acaba de comenzar una guerra cuyas consecuencias pueden extenderse generaciones, de que un ciclón arrasa la ciudad o de que –como sucede ahora– el Gobierno no tiene dinero y los funcionarios no cobran. No entraré en las causas y el desarrollo de ese apocalipsis presunto que vive ahora Estados Unidos porque en otras páginas de este diario ya me he ocupado de ello. Permítaseme sólo narrar la experiencia cotidiana. De entrada, la inmensa mayoría de la población no se siente afectada porque, a diferencia de España –¡no digamos de regiones como Cataluña o Andalucía!– Estados Unidos no es una nación de funcionarios. Sí, algunos tienen un familiar que lo es, pero muy excepcionalmente. Por añadidura, aquí, muchos funcionarios no son vitalicios ni viven como una casta a la que se ha prometido un salario a costa del contribuyente por los siglos de los siglos, amén. Quizá por eso, a pesar de saber que no cobrarán, están yendo a trabajar con la convicción de que lo importante, como dijo Kennedy, no es preguntar qué puede hacer mi país por mí sino qué puedo hacer yo por mi país. En previsión de que la situación se alargue, el presidente ha decretado que algunos de esos empleados públicos sigan recibiendo su salario, pero sólo aquellos que visten un uniforme. ¿Razón? Muy sencilla. Los que velan por la seguridad de todos deben disfrutar también de esa seguridad. Pero, aún así, correos y otros departamentos se pueden utilizar como si nada pasara. Por si todo lo anterior fuera poco, aquí los texanos o los floridenses no se han arrojado a las calles gritando que todo les iría mejor si pudieran decidir su independencia ni tampoco los miembros de los sindicatos han aprovechado para trabajar todavía menos, especialmente, teniendo en cuenta que tanto sus paniaguados como los múltiples asesores de los políticos pueden quedarse sin condumio. Ni independentistas, ni sindicalistas ni asesores han dicho esta boca es mía y es de pensar que ni siquiera existen en el seno de la Administración como muestra obvia de que la razón y la cordura son indispensables en cualquier nación que desee funcionar medianamente bien. Todos, pro y contra Obama, saben que las instituciones funcionarán y las apuestas sólo versan sobre si tardarán en arreglar todo 28 días, como en 1996, o menos. Sí, ya lo sé. Igual, igual...
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