César Vidal
Desde Washington (I)
Ando estos días por Washington recogiendo material para un libro. En medio de una apretadísima agenda de entrevistas concertadas bajo la condición ineludible del «off the record», no he podido hurtarme a la sensación de que el techo del mundo no está en el Tíbet sino aquí, a orillas del río Potomac. Desde esta ciudad, notablemente hermosa y sorprendentemente elegante, se decide el destino de miles de millones de seres humanos. Negarlo es tontería. Si existe o no un plan político global de Estados Unidos es objeto de discusión, pero lo que no se puede dudar es que –sólo por hablar de presupuestos astronómicos– es aquí donde se coge por los cuernos el toro de la inmigración en América, el narcotráfico, la política del Pacífico o los pasos de la OTAN entre otras muchas cuestiones. No oculto que, en ocasiones, la sensación recibida es de verdadero vértigo. Se mira desde estas cumbres y sólo se distingue lo que logra subir a sus cercanías. Por ejemplo, se intenta ver a España. Con profundo dolor, debo decir que no se la ve. Sin embargo, sí que hubo una época en que era visible porque había logrado aproximarse a estas alturas. Fue durante el Gobierno de Aznar. En aquellos años, tan distintos y tan distantes, en el techo del mundo consideraron a España un aliado importante. Ya hace hace tanto tiempo que en ocasiones me asalta la duda de si todo aquello no pasó de ser un sueño. Ahora es cierto que el ministro Margallo ha conseguido que Estados Unidos limpie una zona que debió esterilizar hace décadas, pero no es menos real que, a lo sumo, se considera a España como una parte, ni de lejos de las más relevantes, de una Unión Europea en la que las naciones importantes son la fuerte Alemania, la Francia que se empeña en mantener una grandeza que, salvo en África, desapareció hace décadas y la prima Gran Bretaña, a la que se considera una aliada más fiable que al mismísimo Estado de Israel. En cuanto a los problemas internos de España... ¡Pregúntese por aquí qué es el nacionalismo catalán! Mientras en España se desayunan con las corrupciones paradigmáticas de Convergència y adláteres, aquí nadie da una añorda por los nacionalistas catalanes. No será por que no se hayan gastado cantidades industriales del dinero del contribuyente en sus embajadas, incluidas las situadas en Estados Unidos. Pero es que desde el techo del mundo las cloacas no interesan.
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