Pedro Narváez
Día de la mujer (y del hombre)
El santoral laico de la ONU reserva un día en el calendario para los asuntos más insospechados, ridiculeces que harían enrojecer a cualquiera que se vista por los pies menos a los funcionarios de la cosa que se visten una vez para toda la vida y así no tener que pasar por el trance de pensar qué se ponen y, lo que es más importante, cómo se lo ponen, que es lo que nos define. El Día de la Mujer es una ofensa contra las mujeres, qué quieren que les diga. Ni que fueran un oso polar. O una hormiga atómica. Pocas fechas hay tan reaccionarías como el Día del Orgullo Gay, versión pagana de la procesión de la Virgen de la Pastora, como un eco de los sarasas de Lorca. Todos los días del año son los días de las mujeres, y de los hombres. Tan diferentes que aún damos vuelta a ese galimatías de ser distintos pero iguales en derechos. Qué estupidez. Claro que las mujeres son víctimas del maltrato, de la brecha salarial, etc. Los hombres también somos peonzas de esos micromachismos, que es el palabro de moda, que nos presiona para ser depredadores negociantes, cazadores furtivos, ridículos calvos con chicas rubias en el restaurante. Hombres tristes que se deprimen en el infinito. En el Día de la Mujer les propongo hablar de los hombres que sí quieren o respetan a las mujeres, que odian a sus homólogos con pene por hacer comentarios propios de un coche bomba. Y que esperan de ellas que entiendan que están maltratados por los «hooligans» de oficina y los machirulos que a diestra o siniestra aparecen cada día en un paso de cebra aunque esté pintado de arcoiris. Como inequívocamente varón –lo siento, no tengo vulva–, les aconsejo que no se dejen manipular por los que hoy les susurrarán al oído mentiras más burdas que las de Don Juan. Que se cuiden de los y las bien pensantes progres y conservadores que sólo buscan que se conviertan en una botella de vinagre. Los hombres, así, como masa incontrolable, no somos demonios incapaces de suicidar nuestro nombre por una palabra suya. En fin, no es día de estar a la defensiva. Pregúntense y compartan la interrogación con su pareja de por qué los permisos después del parto son suyos y no de ellos. Y que si les gusta que así sea no hay ningún problema. Que sean libres. En mi entorno laboral no conozco una mujer que por el mismo trabajo cobre menos sueldo. Faltaría. Pero sí algunas que ante el dilema de quién debe quedarse en casa más tiempo, deciden que sean ellas. ¿Eso es malo? Ustedes dirán. Esos anuncios de Yves Saint-Laurent en los que aparecen como muñecas abandonadas para ser pasto del poder masculino son el ejemplo posmoderno de que interesa que todo siga igual. Pero son ustedes, señoras mías, las que devoran «Cincuenta sombras de Grey» como si nos faltara un hervor para dar la talla. Mujeres, hombres y viceversa. Lo peor. Les deseo lo mejor. Y para nosotros también.
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