Toni Bolaño
Dimisiones para paliar un ridículo
Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio y el primero de la institución recuperada por la democracia, decía que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Alfredo Pérez Rubalcaba, que es un hombre leído, debería haber repasado a Tarradellas. Quizás de esta forma, el PSOE se hubiera ahorrado el sonrojo de sobrepasar esa línea imaginaria que marcó el viejo presidente catalán.
El 8 de marzo de 2013, el Día de Internacional de la Mujer, el PSOE ha escrito una página amarga en su historia al apoyarse en un acosador –con condena firme– para recuperar la Alcaldía de Ponferrada. Hasta ahora el PSOE era un barco sin rumbo. Iba al pairo arrastrado por su falta de alternativa y sus problemas de liderazgo. Su conexión con la ciudadanía estaba bajo mínimos. Todo era discutible. Lo de ahora no. Ahora el PSOE ha dado un paso más en su alocada carrera de ir de mal en peor. Ha hecho el ridículo.
La voz de alarma la dio Carme Chacón en un twitter. La dieron también 350 militantes socialistas de Castilla-León que firmaron un manifiesto contra el desaguisado que se trajinaba entre bambalinas. No sirvió para mucho. Se presentó la moción junto al acosador, que años ha fue calificado como impecable por la hoy alcaldesa de Madrid, Ana Botella, y que recibió el apoyo del PP, que gobernaba España con mayoría absoluta. Aquello fue un error, pero en la comparación no se encuentra alivio porque «mal de muchos, consuelo de tontos».
El caso Ponferrada es todo un insulto a la política y a los principios ideológicos del PSOE. No es comparable a los enfrentamientos con los socialistas gallegos o catalanes. Estos debates se circunscriben a la política aunque ponen sobre la mesa la debilidad clamorosa del partido socialista. Sólo Rubalcaba y sus acólitos se niegan a ver una realidad que cada día se muestra con más crudeza. No solamente las encuestas indican la decadencia de un proyecto y su incapacidad por tomar la iniciativa. También la expulsión de dirigentes socialistas de una manifestación pone blanco sobre negro una realidad que en la calle Ferraz se niegan a ver.
Rubalcaba sólo ha reaccionado por el asedio de la presión mediática y de las redes sociales. No ha conseguido rectificar. El resultado es peor. Ha quedado en evidencia. Los socialistas de Ponferrada le han dado la espalda sin perturbarse. Se han dado de baja del PSOE para engrandecer el ridículo de la política y empequeñecer la figura del secretario general. El intento desesperado de presentar la dimisión del acosador, Ismael Álvarez, ha sido un final grotesco para el sainete protagonizado por la cúpula socialista.
Rubalcaba no es el único que queda en entredicho en esta polémica. El 8 de marzo, la vicesecretaria general socialista, Elena Valenciano, celebraba en televisiones y radios el Día Internacional de la Mujer. Su silencio sobre el caso Ponferrada fue ensordecedor. Lo de Oscar López peor. En su afán de proteger la figura de Rubalcaba, se ha afanado en asumir toda la responsabilidad. Lo que pasa es que en este caso, de ridículo clamoroso, asumir toda la responsabilidad sólo tiene una salida: la dimisión. O mejor dicho, el cese por parte del secretario general de su secretario de organización. Podría Rubalcaba aprovechar la ejecutiva federal de hoy lunes para poner un punto decente en esta historia.
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