Alfonso Merlos
Dios los cría...
La conjunción es tan escandalosa como previsible. La falta de nobleza, la felonía, la alta traición, la patada en la entrepierna al Derecho, el escupitajo en la cara del interés nacional, lo marrullero, lo clandestino. En esencia, lo cobarde y barriobajero. Porque esto último va aparejado ineludiblemente a quienes hacen migas con los ocupantes de ese pedazo de tierra del sur de España llamado Gibraltar.
Los que andaban un poco despistados ahora entenderán cómo es posible que Garzón haya sido inhabilitado, expulsado de la carrera judicial por ser indigno para vestir los ropajes que lucen quienes aplican con rectitud la ley, los que no prevarican ni delinquen. O sea, los que hacen exactamente lo mismo que él pero al contrario.
Sí. Don Baltasar es la quintaesencia del servicio público a la patria, que durante décadas le ha pagado por desempeñar malamente su oficio. Por eso trabaja ahora para aconsejar a nuestros enemigos. Peor aún. Para intentar guiar en la consecución de sus intereses al encargo provisional de la Roca, a un tipo como Picardo, que si hubiese justicia internacional, estaría en el banquillo, acusado de cooperación necesaria para el delito que perpetran por sistema cuatreros, contrabandistas y malhechores de todo pelaje.
A la cosa no hay que darles más vueltas. No es ningún escándalo que quien en la Audiencia Nacional ha intentado hacer de su capa un sayo, erigiéndose en un político con toga, esté currando codo con codo con un personaje siniestro como este Fabian, que se embarca ahora en una cruzada contra periodistas libres e instituciones reputadas. El juez estrellado actualiza en modo pluscuamperfecto la advertencia de Staples Lewis: «Nos reímos del honor y luego nos sorprendemos de encontrar traidores entre nosotros».
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