Cristina López Schlichting
Domingo de ternura
Mandela fue Mandela porque nació en un orgulloso clan xhoxa de una madre, cristiana metodista, que lo educó en la libertad y la igualdad. Juan Pablo II se crió viendo a su padre rezar de rodillas en una habitación. Miguel Ríos adoraba a su madre y Van Gogh reposaba en su hermano Teo. Muy pocos escapamos al troquel de la infancia y todos, abrazándolo o rechazándolo, peleamos con ese amor o desamor primeros. El ser humano nace en un nido, perteneciendo. A la mentalidad contemporánea todo esto le molesta un poco, porque pretende que somos autónomos, independientes, que nos construimos a nosotros mismos y elegimos identidad, cultura, carrera y hasta sexo. Cuando uno va madurando se da cuenta de que todo eso es una tontería. Uno es, sobre todo, el amor que le han dado. La fiesta de las familias es un reconocimiento humilde de esta ley del corazón, de este deseo tan profundo. Un día para alegrarse por los padres que uno ha tenido, los hijos, los tíos. Un día para pasear con tu marido o, si no lo tienes, para reconocer lo bonito que es amarse. El día para decir que la sociedad es este tejido de afectos y lealtades y para pedir que se estreche y mejore, que crezca y nos abarque a todos, los solitarios, tristes, enfermos y abandonados. El Día de la Familia es una apuesta maravillosa por esa ternura que Francisco nos pide que no temamos. Es, al final, ese tierno mandamiento: «Amaos los unos a los otros».
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