Alfonso Ussía
Doñana, versos y pájaros
De cinco puntos diferentes nació el fuego. Eso no puede ser casual. ¿Quién quiere abrasar Doñana? De golpe, los señalamientos. Los agricultores de la fresa, que secan el acuífero principal, según los ecologistas. También los ecologistas han contribuído a los vaivenes mareantes del Coto. No han llegado al Coto las llamas, pero en su entorno, 20.000 hectáreas de pinares se han abrasado. Extenso reino de humo. De Aquilino Duque: «Es tan ancho mi reino/ que las aves de paso/ dejan en él de serlo». El fuego ha envuelto y sorprendido a miles de pájaros. «O personas o pajaritos», dicen que alguien dijo muy mal dicho. A las personas, su sitio, y a los pájaros, el suyo. Doñana es de las aves, de las que vienen y se van, de las que descansan en sus migraciones, de las que han vivido aquí de siempre y de las que se quedan por comodidad. «A Rusia volaba el ánsar/ y su amor le dijo piano:/ ¿Y qué hacemos tu y yo en Rusia/ cuando aquí tenemos tanto?». Aves sin memoria. Cantos de pena en la noche, muerte de cada día, y de alegría en el amanecer, de nuevo renacidas. «Los pájaros se saludan,/ porque piensan, y es así,/ que el sol que sale en oriente/ vuelve otra vez a salir/ en la verde orilla/ del Guadalquivir». Y ahí estaba Góngora. El fuego ha dejado su cuerpo yerto, su plumaje sin colores, puede ser un petirrojo, un verderón, un reyezuelo, un gorrión o una calandria. Lo escribe Moreno Villa: «Ya no vuela,/ ya no canta,/ ya no es pájaron/ siquiera». Doñana es el reino de las aves. El reino de los reinos en Andalucía, en España, en Europa. Todo se renueva. Juan Ramón: «Y yo me iré/ y se quedarán los pájaros/ cantando».
Nadie ha conservado Doñana como las antiguas familias que la cuidaron. Los Medinasidonia, los Tarifa, los Morenés, los Noguera, los González, los Garvey... Las playas, las dunas, la retuerta, las marismas, los lucios y las albarizas. Y los pinares. Pájaros, aves y linces, gamos, jabalíes, venados... En Doñana la política y la demagogia han hecho mucho daño. No tanto como los criminales que han intentado arrasarla desde cinco fuegos coincidentes. Pero Doñana, hoy para mí, es de los pájaros. Ese golpe de primer cielo rosa que se forma en el vuelo asustado de los flamencos: «Emprendieron el vuelo los flamencos dejando/ el lugar en su roja belleza insostenible», de María Victoria Atencia. El canto del pájaro y canto del agua, el agua que pierde su voz poco a poco en la soterra del paraíso. Juan Ramón: «Arriba canta el pájaro/ y abajo canta el agua./ Arriba y abajo/ se me abre el alma». Agua y pájaro también en Emilio Prados: «¡Venga, venga!.../ ¡Vamos, vamos!/ que un pájaro cayó al río/ y el agua ya está volando». La nobleza, la aristocracia y la buena educación de algunas aves en sus relaciones con el agua. «A un claro arroyo a beber/ vi bajar a una paloma./ Por no mojarse la cola,/ levantó el vuelo y se fue./ ¡Qué paloma tan señora!». Y Federico, con su globo de pájaros: «Un cielo grande y sin gente/ monta en su globo a los pájaros./ El sol, capitán redondo/ lleva un chaleco de raso».
Los poetas andaluces cantan a los pájaros y al agua. No al fuego. No entro en las acusaciones porque todo está por investigar y saber, pero en Doñana la propiedad está en el cielo. Que el pájaro le decía al niño andaluz: «Niño, tú que algunas veces me martirizas/ mírame bien./ Yo soy el protector más importante de la agricultura./ Yo enseñé a los hombres el arte de la cestería/ mostrándole mi nido./ Te he sugerido la idea de volar como yo/ y has cosntruído dirigibles y aeroplanos./ No me hagas morir para lucirme/ vanidosamente en tu sombrero./Yo destruyo por millares los insectos/ que constituyen las plagas de las legumbres/ los cereales y las frutas/ que son tus mejores alimentos. Si eres bueno, como creo,/ no me tengas preso entre alambres,/ no me hagas mal/ y andaré cerca de ti».
Hoy pienso en Doñana, a la que han intentado asesinar. No lo han conseguido, pero del aire humeante y quemado han caído centenares de pájaros sin canto y sin agua, sin vuelo y sin vida. He estado en aquella maravilla del sur más sur en diferentes ocasiones, en invierno, en primavera y en verano. El Coto es de sus dueños –aunque no puedan disfrutarlo–, de las administraciones y del papeleo. No es de los agricultores cercanos ni de los ecologistas pedantes. Al Coto lo vigila la Blanca Paloma, y lo protege, y lo ama. Pero su cielo y su agua es de Ella y los pájaros, esas maravillas calcinadas por las que reúno de versos antiguos mi elegía.
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