El desafío independentista

Donde más duela

La Razón
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Mentiría si dijera que no me ha sorprendido el súbito y vertiginoso éxodo de grandes buques insignia de la economía catalana.

Convencido como estoy de que no va a haber independencia ni nada que se le parezca, no capto muy bien la motivación por la que CaixaBank, Banco Sabadell o Agbar ponen pies en polvorosa. Y todavía entiendo menos, por quienes sacan sus sedes sociales de Barcelona, no han dicho nunca ni mus. Con la excepción de José Luis Bonet, presidente de Freixenet, no soy capaz de citar de memoria nombres del dorado mundo de las finanzas y los negocios que alzaran su voz para advertir del desastre o despotricar contra el independentismo.

Y de la misma forma que el Ministerio de Educación y los jueces toleraron que los colegios acosaran a niños cuyos padres pretendían que estudiaran en español, que el Gobierno de España pasó por alto que se multara al desventurado charcutero que anunciaba la venta de «jamones ibéricos» en lugar de «pernils ibèrics» y que hasta los medios de comunicación hicieron que no veían al vicealcalde Pisarello arrancar la bandera española del balcón del Ayuntamiento, los altos ejecutivos y grandes empresarios catalanes se pusieron de perfil mirando embobados a la Generalitat. No les deseo mal alguno, pero me divierte imaginar lo que sudan observando como los zarrapastrosos de la CUP marcan el paso a toda Cataluña. Hay ingenuos convencidos de que los amigos del etarra Otegi y la «okupación» son un mero instrumento, que echarán a un lado cuando llegue el momento. Van listos. Casi tanto como el obispo de Solsona, el abad de Montserrat y esos 400 curas ajenos a conceptos tan evangélicos como fraternidad o solidaridad, que envenenan desde sus púlpitos a los feligreses.

No pasará, entre otras razones porque los catalanes que se sienten españoles se han hartado, el Rey ha estado sublime y para Rajoy es mucho más importante España que La Moncloa, pero no cuesta imaginar lo que sucedería en Cataluña si cuajara la siniestra pesadilla que promueven Puigdemont, Junqueras y esos de la camiseta y la sandalia. En 10 años, la Sagrada Familia convertida en mezquita, el Liceo en comuna porrera y el diario «La Vanguardia» en «Pravda». Yo, por si acaso y en pro de la sensatez, no voy a marcar la cruz de la Iglesia en la próxima Declaración de la Renta, he dejado de beber Cola-Cao y no admito brindis de cava que no sean con Freixenet. Hay que darles a los que no nos quieren donde más les duele: en la cartera.