Julián Cabrera
¿Dónde vas Felipe VI?
La votación esta mañana de la ley orgánica sobre la abdicación del Rey Don Juan Carlos cierra el ciclo de una transición ejemplar en la que el Monarca ha sido el auténtico motor. Eso no significa la desaparición de su esencia; sencillamente –y en ello coinciden también las mejores cabezas de PP y PSOE–, se ha acabado la gasolina. Hay que volver a repostar. Eso es todo.
Y los recientes sondeos, entre ellos el de este periódico, no sólo vienen a certificar que un periodo tan difícil se ha solventado con la mejor nota, sino que el que ahora arranca vaticina todas las garantías. ¿Por qué se ha llegado a este punto ahora y de esta manera y porqué es vital que Felipe VI pase con éxito su primer rubicón?
Hay un elenco de razones que pasan, de entrada, por errores en el terreno de lo ejemplarizante en unos momentos de penuria general que hacen más intransigente el juicio ciudadano. A ello se han añadido algunos fallos sistémicos reflejados en el resultado de las europeas o el oportunismo de quienes focalizan en la corona los males del país, sin explicar todavía si la república que proponen es como la del 31, como la bolivariana de Venezuela, como la italiana o como la francesa, no exenta ésta de recientes sainetes rosas y amarillos.
Felipe VI llega con el aval de haber absorbido como Príncipe de Asturias gran parte de los impactos dirigidos contra su familia, por eso es de esperar que goce de lo que le ha faltado a su padre especialmente en su última etapa: una más eficaz guardia germánica que protegiera su imagen, unos poderes políticos menos egoístas a la hora de no dejarle a la intemperie y un elenco de cortesanos menos palmeros.
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