Pedro Narváez

«Eau» de Colonia

La Razón
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Que dejen ya de poner cara de oler caca con los ataques que sufrieron las mujeres en la Nochevieja de Colonia los que no se atreven a mirarse en el espejo cóncavo de la multiculturalidad mal entendida. En cuanto se cruza un inmigrante con el sujetador de la política, todo se vuelve tabú, como un tanga en Arabia Saudí. Lo vemos en las calles de El Cairo, hordas que por rozar un culo femenino se atascan en su propia calentura. No señalemos a los refugiados como si no tuvieran otra cosa que hacer los que vienen huyendo de la guerra. Y aunque así fuera, señores, no es argumento para un problema de más hondo calado, que dirá un político. El problema no son los refugiados, el problema es que hay una guerra. Pero los hombres que acosan a las alemanas copian lo que hacen en sus países con las autoridades y el patriarcado puestos de perfil mientras ellas soportan el miedo y la vergüenza de sólo pensar poner una denuncia. Acuérdense de las violaciones en la plaza Tahrir de Egipto.

Alemania vive de nuevo el fracaso de la integración y el buenrollismo fascista que vuelve del revés lo importante para convertirlo en accesorio. Qué no harían con Rita Maestre enseñando sus pechos en flor. Nos cuesta tanto poner la tilde en el pezón que acabaremos como la alcaldesa de Colonia, que recomendaba no acercarse demasiado a los hombres, como si la mujer fuera de nuevo un ser impío que incita con su lascivia genética a que el varón la acose con el permiso de sus dioses. Así que el canturreo de no me gusta que a los toros te pongas la minifalda habría que prohibirlo a mayor gloria de los que usan goma de borrar para quitar un tatuaje, pero tal vez habría que reconocer el acoso sexual como excepción cultural porque en las que siguen siendo nuestras fronteras nadie ha convocado un minuto de silencio.

Colonia huele a machismo recalcitrante y poderoso que podría ser el envés de los Reyes Magos de Carmena, llenos de buenos deseos para un mundo feliz en el que los problemas complejos es mejor que no aparezcan porque no se desvanecen con una ración de chuches dialécticas. Entonces lloremos junto a Obama por el uso de las armas en Estados Unidos, en fin, esos asuntos que son carne para hacer pucheros y que tienen la virtud del consenso pacifista, con la polémica de que si hay que quitar la calle de los mártires del callejero, como si hiriese en lo ideológico la sola palabra mártir, y no atendamos un drama de violencia extrema no vaya a ser que nos llamen racistas o algo peor.

La inmigración no es el mal de nuestras vidas y el que así lo piense, que se lo haga mirar, porque tendrá que vivir con ella el resto de sus días, pero entre los inmigrantes que llegan de culturas en las que los hombres sueñan con esclavas sexuales hay espíritus perversos como tal vez lo sea el vecino de al lado que resulta que es de Valladolid. Entonces, no amplifiquemos Valladolid y silenciemos Colonia por ser políticamente correctos, ese limbo en el que la censura acabará arrancándonos la lengua de cuajo. Lo peor es el silencio.