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Educar para la paz

La Razón
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Señores que hacen leyes para la educación, lo primero que han de preguntarse es cómo quieren que sean los futuros ciudadanos, cuáles han de ser sus metas, su ética y su comportamiento. Porque si lo que queremos es que nuestros niños sean competitivos, algo psicópatas, patriarcales, toscos y ricos, quiten las humanidades de los colegios. Nada de filosofía, ni arte, ni latín, ni música, ni leer en clase, ni hacer teatro o costura o tartas. Nada de enseñarles humildad o relajación o juegos; o a darse masajes unos a otros o a cambiar de personaje o a escuchar atentamente a los diferentes o a aceptar a los débiles o a quitar importancia a las modas o a ayudar a los tristes o a ser solidario con los desfavorecidos. No, nada de eso hará una sociedad de ciudadanos cuyas metas sean tener mucha pasta y muchos bienes, una familia de guapos y un desprecio infinito a los otros. Serán adultos agresivos, porque cuando no practicas el ponerte en el lugar del otro, lo que ocurre es que desprecias al otro. Lo que ocurre es que piensas que siempre tienes razón. Lo que ocurre es que tú eres el más listo e importante de la clase y del mundo, y puedes llegar a pensar que los otros se merecen castigos y que, incluso, sobran. Pero si lo que queremos, señoras y señores de la educación, es que nuestros niños y adolescentes sean adultos pacíficos, generosos y felices ocupemos mucho tiempo de su formación a hacerles entender y vivir en el amor, en la poesía, en la indulgencia, en el arte y la concordia. Los ríos se aprenden mecánicamente. Ser feliz es una asignatura consciente e infinita.