Ely del Valle
Efecto boomerang
Estoy, como todos, hasta las clavículas de la corrupción. No tanto por sí misma, que eso va de suyo, como por el hecho de que se haya convertido en el único argumento político que unos y otros esgrimen para intentar rebañar votos. El análisis, las propuestas, las iniciativas, la crítica y hasta la ideología han desaparecido del discurso de los partidos y lo único que escuchamos son reproches para los demás, disculpas para los propios y comparativas absurdas entre la cantidad y la calidad de la porquería de cada uno.
Ni es de recibo que se intente minimizar un presunto blanqueo de capitales apelando a la birria de capital blanqueado, ni tiene un pase la defensa de quienes, en el mejor de los casos, han consentido una flagrante desviación de fondos públicos, con el argumento de que no les ha reportado beneficios en metálico. El delito lo es per se, independientemente del resultado obtenido a su rebufo, que eso ya es cosa que deben manejar los jueces para determinar la gravedad de la pena. Uno no se convierte en ladrón en función de lo que roba sino porque roba. Es de cajón. Y está más que demostrado que en todos los partidos cuecen habas; por eso es incomprensible que Pedro Sánchez, sabiendo lo que hay en general y lo que tiene su partido en particular, siga esgrimiendo como razón inapelable de su absurdo cordón sanitario sobre el PP, que es un partido corrupto.
Hay que tener la cara de esparto para recriminarle al vecino que ponga la radio alta cuando lo que uno tiene en el salón de su casa es un Magaluf; claro que lo último que se esperaba el indómito Sánchez es que el viejo escándalo de los ERE se reactivara en medio de una campaña que todavía no sabemos si es sólo autonómica o algo más. Quien a hierro mata, a hierro muere. Qué gran verdad.
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