César Vidal
El agua y el Ebro
El agua ha vuelto al primer plano de la actualidad tras las sucesivas riadas del Ebro. La primera legislatura de Zapatero fue para olvidar. Durante la segunda se consiguió que la política hidráulica pasase al segundo plano y dejase de ser un problema político de primer orden, lo que no fue poco. En esta legislatura, a la chita callando, los ministros Miguel Arias e Isabel García Tejerina, acompañados por Federico Ramos, secretario de Estado de Medio Ambiente, han pisado fuerte el acelerador y han terminado el primer ciclo de planificación hidrológica, que debería haberse acabado en 2009. Se han conseguido también importantes acuerdos como el relativo al trasvase Tajo-Segura. Todo ello sin hacer ruido. Ahora, de pronto, por las avenidas del Ebro, han vuelto las aguas bravías, los remolinos y las cascadas de la polémica. Para regular el Ebro, como los otros ríos, hay que hacer infraestructuras, llámense pantanos o presas. De otra manera resulta imposible. Y ahí aparece la división interna que se da en Aragón: los del llano, afectados ahora, piden esas obras, mientras que una buena parte de los que viven en las montañas, que es donde se harían las presas, no las quieren ver ni en pintura; argumentan que sus comarcas ya son pobres, que están muy despobladas y que, con nuevos embalses, se agravarían esos problemas. Además de esa falta de regulación, en el Ebro confluyen otra serie de factores, como invasión del cauce por edificaciones o actividades agrícolas y falta de limpieza y drenaje. Vamos a ver si lo que está pasando sirve para que se busque una solución lógica de una vez por todas, algo que tratándose del agua es muy difícil por el componente irracional que rodea a este elemento básico.
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