Política

José María Marco

El año imprevisible

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Habrá a quien le guste, y habrá quien lo deteste, pero el caso es que nadie sabe lo que va a pasar en este nuevo año político. Parece que el modelo que tan buenos resultados ha proporcionado a nuestro país en cuanto a estabilidad y prosperidad ha quedado atrás. Y se da por hecho que hemos llegado a un fin de ciclo... sin que se sepa qué viene ahora.

El Partido Popular sufre el desgaste de una reforma económica que no ha dado todavía los resultados que sin duda acabará produciendo. Los casos de corrupción han puesto de manifiesto hasta dónde llegaban unas prácticas injustificables. Y las élites del partido, que se reproducen según métodos endogámicos y cerrados, no son capaces de conectar con una sociedad que ha dejado de identificarse con sus líderes políticos. El mismo análisis es aplicable al PSOE, agravado por el descrédito de sus propuestas económicas tras la devastadora segunda legislatura de Rodríguez Zapatero, y por la herencia envenenada del izquierdismo infantil del último presidente socialista. Por eso los efectos son parecidos para el PSOE y el PP: una bajada muy importante en la intención de voto a escala nacional y, sobre todo, en las autonomías con implantación nacionalista. Ahí los dos grandes partidos nacionales pueden acabar no pintando nada.

La competencia viene de pequeños partidos de centro izquierda –UPyD y Ciudadanos– que recogen parte del voto de centro de los dos grandes. El centro, en este punto, no viene definido por la moderación política, algo en lo que el gobierno de Mariano Rajoy tiene pocas lecciones que recibir. Viene más bien de la cuestión nacional, que estos pequeños grupos han abordado con más claridad, sobre todo en momentos de alta tensión en Cataluña. El otro frente abierto es el de Podemos, que plantea una competencia directa para IU y el PSOE. La novedad y la demagogia de sus eslóganes han propiciado un éxito con pocos precedentes, que ha desbaratado cualquier previsión. De las pocas cosas que tal vez se puedan asegurar hoy es que Podemos no parece capaz de salir del reducto de la izquierda. Está tan ideologizado, que no es fácil que le arrebate votantes al PP.

Ante esto, el PSOE siente la tentación del izquierdismo. Es, en parte, lo que está haciendo su nuevo líder. Pedro Sánchez no sólo se niega a suscribir cualquier tipo de acuerdo con el PP. También quiere que el PP acepte un nuevo pacto que incluye un proceso constituyente para redefinir la estructura del Estado (con el «blindaje» de los «derechos sociales» y la propuesta «federalista», brumosa todavía). Es como decir que hay que volver a discutir la naturaleza de nuestro país. Si Podemos apuesta fuerte, el PSOE de Pedro Sánchez ofrece doble dosis.

El PP, por su parte, se enfrenta al problema de recuperar a aquellos votantes que se han ido a la abstención. Por el momento, ha apostado por los éxitos económicos. El resto, incluso cuando se tocan asuntos en los que el gobierno ha tomado la iniciativa, como es la corrupción, se sigue tratando con ese tono tecnocrático diseñado específicamente para ahuyentar cualquier movilización: a su propio electorado, por tanto.

Las encuestas indican que la fijación en la economía no es bastante. Siendo cierto lo que el gobierno dice acerca de la salida de la crisis, tal vez diga menos de lo que se puede decir. Y es que la crisis económica de la que estamos saliendo no ha afectado sólo a la economía. Es un cambio de modelo cultural y social en el que han empezado a temblar los cimientos de nuestra forma de vida y nuestra relación con el Estado. Abordar un cambio tan profundo es difícil, pero la izquierda ha comprendido el rédito que puede sacar al miedo. Por eso plantea como su objetivo más revolucionario defender contra viento y marea un modelo de sociedad que no sobrevivirá a la globalización ni a las nuevas formas de vivir y trabajar. Algo tendrá que decir el PP de todo esto.

El otro gran problema es de la nación. También aquí se trata de un asunto que afecta a casi todos los países europeos. Lo demuestra la subida generalizada de los populismos. En España, el caso se agrava porque las élites decidieron, en la Transición, que íbamos a construir una democracia sin proyecto nacional. Es esa idea la que está fallando. Sin marco nacional, las democracias liberales no son posibles. Se degrada el significado de la ciudadanía, las políticas resultan ininteligibles y no hay forma de que los grandes partidos lleguen a ningún acuerdo.

Seguramente el fin de ciclo del que tanto se oye hablar consiste en esto: en el cambio de modelo económico, social y cultural, y en el agotamiento de la democracia sin nación. El desconcierto irá en aumento hasta que alguien se decida a plantearlos con cuidado, claro, pero con inteligencia.