Julián Redondo

El arroz

Fernando Alonso tiene 33 años, no es un mozalbete dispuesto a comerse el mundo; es un veterano cuya única opción de prosperar es sentarse a la mesa y atacar el Mundial de Fórmula Uno sin esperar al resto de comensales, a Rosberg, a Vettel, a Hamilton, lobos que no respetan la jerarquía y que como él, cuando destronó con Renault al rey Michael Schumacher, sólo miran hacia adelante. Les sobra el retrovisor.

Por las venas de Alonso corre sangre de bicampeón a más velocidad que el Ferrari, lo cual le apremia a trasegar las últimas etapas de su carrera sin abrir más paréntesis. Tarde ha comprobado que si continuaba unido a Ferrari hasta 2016, fecha de cumplimiento del contrato que renovó en 2011, se le iba a pasar el arroz. Según los expertos, el «Cavallino» no galopará con garantías de éxito antes de dos años, por lo menos. No hay tiempo.

El desbarajuste de Ferrari ha devorado en cinco temporadas al mejor piloto de la parrilla; aunque choque. En 2010 perdió el Mundial por un error imperdonable de estrategia en el «box». Se quedó a cuatro puntos del tercer título; y en 2012, a tres. A partir de ahí, los fallos en el taller se convirtieron en disparates mayúsculos. Cada paso que avanzaba Red Bull, Ferrari retrocedía dos.

Hubo marcas que se rebelaron frente a la dictadura de Vettel y su imbatible monoplaza; Mercedes lanzó el desafío mientras el «Cavallino» seguía pastando en los verdes prados de Maranello, como si nada. La desesperación de Fernando Alonso coincidió con el despegue de Mercedes, Hamilton y Rosberg.

Supo antes que nadie que la batalla estaba perdida, no sólo en 2014. Vettel ocupará su asiento; es joven. Fernando intentará renacer en McLaren, lagarto, lagarto.