Alfonso Ussía

El asco de Gallardón

No es habitual en los políticos el uso de un lenguaje ajeno a la corrección establecida. La correción política es un disfraz de la cobardía, una cursilería progre asumida con acuclillado complejo de inferioridad por el conservadurismo español. En España, a los negros se les llama «subsaharianos» por no parecer racistas. Es un ejemplo de la nueva norma. En una crónica deportiva de un diario de estos que se ocupan de los deportes se publicó un párrafo grandioso. Grandioso por su estupidez. «Impresionante gol del subsahariano Seedorf al Atlético». Seedorf, en efecto, jugador del Real Madrid, era –y es– más negro que un teléfono de pared de los años cincuenta del pasado siglo, pero tiene muy poco de subsahariano, por cuanto nació en Ámsterdam. Sus padres eran también negros, y tampoco subsaharianos, oriundos de las Antillas Holandesas. Y tenía razón el cronista en una sola cosa. El gol fue impresionante, un disparo desde 40 metros que se coló por la escuadra.

Desde que abandonó por voluntad propia y mucha dignidad su cargo de ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón había permanecido en silencio. Los motivos de su dimisión son fácilmente resumibles. Rajoy le encomendó la cartera de Justicia para que cumpliera, entre otros cometidos, una promesa electoral del Partido Popular. Reformar la ley del aborto de Bibiana Aído. Cuando la reforma estaba ultimada y pendiente de aprobación, el matrimonio Villarriola y la vicepresidenta Soraya, mediante un estudio sociológico de cuatro páginas, recomendaron a Rajoy que se abstuviera de presentar la reforma al Congreso, porque el PP perdería votos. Y Rajoy se traicionó a sí mismo, a millones de sus votantes, retiró la ley, aceptó la que está en vigencia, hizo el ridículo, hirió su conciencia y por un informe gamberro facturado por el marido Villarriola se sometió, una vez más, a los caprichos de su vicepresidenta. Gallardón se marchó, como era obligado para mantener su dignidad.

Pero unos meses más tarde, en la apertura de un Congreso organizado por el CEU, Gallardón habló. Lo hizo anteayer. Y habló con la libertad de quien no tiene que dar cuenta a nadie de sus palabras. «Me dan asco las razones de la retirada de la ley de reforma del aborto». Me consta que algunos de sus antiguos compañeros en el Gobierno coinciden en su asco. No se trata de un combate ético entre cristianismo y laicismo. Interpretarlo así es falso y torticero. La defensa del derecho a vivir de los no nacidos es una reacción moral ante la impunidad de un crimen masivo. Volvemos a la inteligente reflexión científica de la profesora de baile que hoy vive en Nueva York. «El feto de una jirafa es una jirafa, pero el de una mujer sólo es humano a partir de la vigésima – ella diría “veinteava’’– semana». Los principios y los valores. No se puede estar contra la pena de muerte y a favor del aborto sin insultar gravemente a la coherencia. Se trata, además del exterminio legalizado de los humanos más débiles e indefensos, de un gran negocio. La mujer es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera, siempre que no lleve otro cuerpo en su seno que carece de la capacidad de decidir. Asesinar a un niño que no ha nacido me repugna y entristece sin necesidad de que me recuerde la Iglesia el derecho a la vida. Es una repugnancia individual. La valentía en el lenguaje y el mensaje de Gallardón merece la gratitud de cuantos pensamos que abortar es asesinar, aunque se den casos excepcionales. Ignoro la reacción de los creadores del falso motivo que llevó a Rajoy a retirar la reforma. Es probable que también, en el fondo de sus páncreas, hayan sentido asco. De ellos mismos, sin ir más lejos.