Cristina López Schlichting
El asesino tranquilo
Cada vez que actúa un criminal, los periodistas recibimos el mismo mensaje de los vecinos: «Era un chico normal, sencillo». La realidad es muy distinta, todos ocultamos secretos. A solas en su habitación, cada uno se confronta con arcanos inimaginables; ese temor inconfesable, ese odio insuperable, esa pertinaz inseguridad, ese episodio vergonzoso. Andreas Lubitz llevaba una doble vida. De cara al exterior, era el joven piloto con talento, que ingresó a los 13 años en el Club de Vuelo LSC de Westerwald, culminó los estudios brillantemente y logró el sueño de su vida al convertirse en piloto. Por dentro, vivía un infierno. Este hijo de la organista evangélica del pueblo tenía serios problemas psíquicos. Obsesivo, autoexigente, los investigadores han descrito su habitación, atestada de carteles y objetos, como un templo de la aeronáutica. «Se hubiese matado de no haber obtenido los títulos de vuelo», reconoce un compañero a la Passauer Neue Presse. «Era –añaden– un friki de los aviones, no hablaba de otra cosa». Andreas había padecido un episodio de depresión severa durante su formación en la escuela de Lufthansa en Phoenix, Arizona, y ahora se ha comprobado que su expediente en Germanwings lo calificaba como SIC, es decir, como «sometido a seguimiento médico regular». Recibía tratamiento en la Clínica Universitaria de Düsseldorf y rompió una y otra vez los partes amarillos de baja laboral firmados por los médicos, que la Policía encontró en su cuarto. ¿Perdió las ganas de vivir? ¿Resolvió matarse? En cualquier caso, no improvisó, y los especialistas señalan que seguramente ensayó el incidente con anterioridad, al menos en su mente. Cerró por dentro el pestillo de la cabina, apretó el botón de descenso y esperó tranquilamente la colisión. Francia ha solicitado a Lufthansa cualquier dato sobre Andreas, «para entender lo que pasó». Vano intento. Nunca, nadie, sabrá lo que pasó en su corazón. Ningún depresivo, ningún enfermo psíquico –a no ser que padezca delirios, que no es el caso– olvida que tiene en sus manos 150 vidas. Matar requiere maldad y la maldad es un misterio de falta de afecto y censura mental deliberadas. Pobre Andreas, es preferible ser víctima que asesino. En esta Cuaresma les recomiendo que vean Calvary, la última película de John Michael Mc Donagh. Esta fascinante historia de un sacerdote irlandés al que amenazan de muerte en su confesionario, explora los terribles piélagos del mal y la única respuesta posible. «Si Dios no te entiende –le dice el cura al asesino en serie– nadie puede entenderte». Sólo una bondad inconmensurable –divina– puede desentrañar tanto mal como el que albergan nuestros corazones aterrorizados.
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