José María Marco
El centro del sistema
La propuesta de reforma del funcionamiento del Tribunal Constitucional llega tarde, lo que reducirá en parte su eficacia y su capacidad de allegar respaldo electoral para el partido de Mariano Rajoy. También es mejorable en algunos de sus aspectos. En cualquier caso, es necesaria para empezar a evitar que en nuestro país haya representantes del Estado que no cumplan la Ley. El modelo de Estado subversivo, tan arraigado en las costumbres políticas occidentales desde los años setenta, tiene límites y en nuestro país los sobrepasamos hace tiempo. Por eso, antes de reformar el sistema, como ahora se propone con una posible reforma constitucional, convendría comprobar hasta dónde es capaz de funcionar ese mismo sistema si se utilizan todas las posibilidades que ofrece y que hasta ahora no se han explorado.
Como era de esperar, la propuesta de reforma ha sido acogida con hostilidad manifiesta por los nacionalistas y por el PSOE. En el caso de los primeros, no dice nada que no supiéramos con antelación: la legalidad «española» es fuente inacabable de sufrimientos para los mártires de la nación nacionalista. En cuanto a los segundos, su posición a la contra contiene una varias enseñanzas. La primera, que el Gobierno debe seguir con la reforma. Es cierto que la falta de consenso invita a la prudencia, prudencia que explica la posición del Gobierno en este asunto. Ahora bien, el exceso de prudencia no es de por sí una virtud. El PP habrá de asumir sus responsabilidades que, por otro lado, no tienen por qué tener efectos negativos en el voto.
La segunda consecuencia es que aunque las elecciones autonómicas del 27 de septiembre no respalden la independencia de Cataluña, la situación no va a variar del todo después. Al revés, como lo indica la reforma constitucional que propone el PSOE. La propuesta de Sánchez (la «singularidad» catalana) y la de González (Cataluña como nación) sólo servirán para que todo continúe como hasta ahora. Ahora bien, como los nacionalistas han llegado hasta el punto en el que ya no pueden retroceder y lo anterior ha llegado al límite, sólo queda una vía, y es que la política española empiece a girar en torno al eje sistema / antisistema. Es lo que está ocurriendo en muchos de los países de la Unión. Ni los nacionalismos ni el socialismo desaparecen, pero pasan a ocupar una nueva posición. El PP, por su parte, pasa al centro: al centro del sistema.
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