Francisco Marhuenda
El consenso territorial de la Transición
La Transición fue un difícil ejercicio de ingeniería política que causó asombro en todo el mundo y que ha sido objeto de infinidad de artículos y libros. Hoy queda muy alejada para aquellos que no la vivieron y es un capítulo de nuestra Historia. A pesar de los años transcurridos, sigue provocando un enorme interés y tras su conclusión España había recuperado su papel en la política internacional. El salto que vivió la sociedad española fue extraordinario y nos habíamos convertido en una democracia equipable a las que existían en el resto de países de nuestro entorno. Es un proceso que se hizo en circunstancias muy complejas y convulsas hasta el extremo de que en muchos momentos parecía que iba a ser otro de los capítulos inconclusos de nuestra historia reciente. La obra del Rey y de Adolfo Suárez fue extraordinaria, como reconocen los historiadores y los investigadores en ciencia política. No es casual que sea un tema que se estudia en numerosas universidades de todo el mundo y que los académicos más prestigiosos lo pongan como ejemplo.
La Transición tuvo que abordar problemas muy graves y resolver cuestiones complejas donde no se podía aplicar el juego de mayorías parlamentarias. El éxito pasaba por lograr el consenso en esos temas y que el resultado fuera considerado como una obra colectiva. Nuestro constitucionalismo histórico se había caracterizado por la aprobación de constituciones que eran el proyecto político de una parte del arco parlamentario. Esto explica, con la excepción de la Constitución de 1876, la gran obra de Cánovas del Castillo, que estableció la arquitectura institucional de la Restauración, fueran textos de corta duración y caracterizados por los enfrentamientos. La Transición discurrió en un periodo donde los atentados de los criminales de ETA eran casi diarios, en medio de una grave crisis económica y con el temor ante la reacción de los restos del franquismo político y de los sectores ultras de las Fuerzas Armadas.
La Constitución de 1978 resume muy bien el éxito de la Transición y establece un marco que sigue siendo eficaz para el desarrollo de la sociedad española. Uno de los graves problemas que fue necesario afrontar fue la organización territorial del Estado. Nadie defendía el centralismo, pero las posiciones eran muy diversas. Al final se alcanzó un consenso muy satisfactorio que ha permitido que España sea uno de los países más descentralizados del mundo. Hubo cesiones por parte de todos. Suárez gestionó con gran brillantez el problema catalán y decidió el retorno de Tarradellas como presidente de la Generalitat, estableciendo con este gesto una inteligente continuidad histórica. Tarradellas tenía una pésima relación con Pujol, que me expresó en varias ocasiones con opiniones muy duras. El problema del nacionalismo, que conocía muy bien Suárez, es que su horizonte era la independencia. La inquietud, entonces y ahora, era el nacionalismo catalán y no el vasco.
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