Reciclaje
El cubo de la basura
Hablemos, pues, de la basura. Pero no de la que tanto entretiene a los políticos, a los fiscales y a los periodistas, hasta incendiar al personal y contaminarlo todo, sino de la basura de verdad, de la que se ocupa el Día del Medio Ambiente, organizado por Naciones Unidas, que pasó el lunes entre nosotros sin pena ni gloria. De entrada, unos cuantos datos: cada año se tiran a la basura 1.300 millones de toneladas de comida, mientras mil millones de personas en el mundo pasan hambre. Muchas de ellas, sobre todo niños, mueren por falta de alimentación adecuada. Entre los desperdicios figuran rimeros de toneladas de carne. Se calcula que se desaprovecha cada día entre un tercio y la mitad de la producción alimenticia. Basta asomarse a los contenedores cada vez más grandes y más llenos. ¡Qué diferencia con lo que pasaba en el pueblo cuando era niño! Nunca sobraba comida, los platos quedaban limpios y no se tiraba nada, sólo los huesos a los perros. Las peladuras y tronchos se reciclaban. El pan era sagrado. Ni siquiera había cubo de la basura. La agroindustria y las grandes cadenas de distribución controlan ya en España el 80% de la venta de alimentos y tienden a homogeneizar los productos. La apariencia es lo que importa. Se tiran, por ejemplo, toneladas de mandarinas en Valencia sólo por su aspecto. Y lo mismo ocurre con otras frutas. España es el sexto país de Europa que desperdicia más alimentos. Domina la producción industrial, a base de plaguicidas, que impone la imagen impoluta sobre la calidad. Son las leyes del mercado. La producción global de alimentos ha puesto al borde de la extinción a veintidós razas ganaderas y a muchos frutales tradicionales. Según la FAO, la mayor parte de la población mundial se alimenta de apenas 150 especies cultivadas y se pierden miles de variedades cada año. Y, lo peor de todo, llega, como una amenaza global, el acopio de tierras, recursos naturales y producción de alimentos por unas cuantas multinacionales. ¿ Algunos consejos? Producir y consumir productos ecológicos, fomentar la agricultura tradicional y la ganadería extensiva, comer preferentemente productos criados cerca, crear cooperativas y asociaciones de consumidores con línea directa del productor al consumidor, ampliar las redes de comercio justo, plantar huertos urbanos... En resumidas cuentas, conjugar la soberanía alimentaria, sin derroches, y la protección del medio ambiente.
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