Alfonso Ussía

El desaparecido

La Razón
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Algo, que sólo sus allegados conocen, ha llevado a Pablo Iglesias a su estival desaparición. Para mí, que la causa es el amor. En las novelas de Wodehouse, y en especial las que protagonizan Bertie Wooster y Jeeves, aparece con frecuencia Bingo Little, consocio de Wooster en el «Drones Club» –El Club de los Zánganos–, y con una insuperable capacidad para enamorarse repentinamente de una mujer y abandonar a la anterior sin dejar heridas ni resquemores. La gran diferencia entre Pablo Iglesias y Bingo Little se establece en las formas. Little es un personaje educado de la era post-victoriana, amén de graciosísimo, e Iglesias un repelente niño Vicente y pedante olímpico que no tiene ni gracia, ni clase ni mérito. Enamora a las mujeres por la erótica del poder, en tanto que Bingo Little vive de la pensión que le administra un tío y siempre anda más tieso que el autor de estas líneas. Con dinero de Irán y Venezuela, Little sería el virrey de Londres. Bingo, por otra parte, es extremadamente elegante y ama la armonía. Don Francisco Silvela le habría admitido en su Club de la Filocalia, la primera organización social que nace en España para combatir la cursilería. Porque en el fondo, Iglesias es un cursi con honduras violentas y dictatoriales, pero sobre todo y ante todo es más cursi que la porcelana de Lladró que representa a una niña montada sobre un cisne. Decía el gran Chumy Chúmez, extraordinario dibujante escorado a la izquierda, que la pedantería subcultureta de los zurdos ha invadido en España hasta el preciso y elemental desarrollo del fornicio. Que no se puede principiar el acto del amor o de la pasión sin haber comentado previamente alguna situación preocupante de la política internacional. Él aguarda en la cama leyendo sin leer un editorial del diario «El País», y ella se despoja del braguerío mientras susurra con seria solemnidad: «Estoy muy preocupada con el tema palestino». Porque la voz «tema» no se les cae de la boca, como tampoco la fórmula «en base a». Y la conversación del pre amancebamiento de una pareja de la izquierda comprometida, como ellos le dicen, se resume en el siguiente diálogo: Ella: «Estoy preocupada con el tema palestino»; él: «¿En base a qué?; ella: «En base a la política de represión que Israel impone en los asentamientos». Y ahí, es él quien cierra la charla mientras ella, ya «in púribus» o en canicas se acomoda junto al filósofo de turno: «Tenemos que hacer algo para impedir tanta injusticia».

Y hacen el triquitriqui.

No creo que la desaparición de Iglesias tenga que ver con los decepcionantes resultados electorales, el lío de las Mareas, el desagrado de los «círculos», las trampas a la Seguridad Social de Echenique, el nuevo caso de Monedero, o la importancia que ha adquirido en el engranaje de Podemos la figura culta, moderada y trabajadora de Diego Cañamero. Para mí, e insisto en mi intuición de valor, es el amor lo que ha influido de forma terminante en su proceder de avestruz. Y como el amor de un hombre y una mujer forma parte del tesoro de la vida privada, renuncio al merodeo y me mantengo respetuosamente en la distancia. Pero que se trata de un golpe, de una tormenta, de una galerna o de un terremoto de amor, no me cabe duda.

Sucede que en Podemos están un tanto desorientados. El mismo Echenique, que ha demostrado cuajo y desparpajo para justificar su estafa a la Seguridad Social y al ayudante que le asiste, ha perdido lo que Jonathan Mansfield definió como «la jugosa frescura de la palabra». Todos restan callados. Y para colmo, salen las chicas y acusan a cuatro compañeros de círculo de acoso sexual y violencia de género. Pero Iglesias sigue de vacaciones, y bien hace porque las merece, pero en Podemos no terminan de aceptarlo.

España necesita que la política nacional se amanse y normalice. Y lo segundo es imposible si Iglesias se empecina en amar en lugar de dirigir. Un gran dirigente político está obligado a renunciar al placer del amor y al desayuno con la mujer amada en la terraza del hotel si la sociedad se lo requiere. Son muchas las cosas que tiene que explicar Pablo Iglesias para no perder más votos de los que ya se han suicidado en los sumideros de la decepción social. El amor está muy bien, pero no puede ser primordial para los estadistas.

Esta desaparición tan larga e inoportuna ya le ha costado, al menos, un voto. El mío.