Demografía

El declive demográfico

La Razón
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Aunque en la vorágine de los acontecimientos recientes haya podido pasar inadvertida, no es por ello menos importante la información que ha hecho pública el INE acerca de la reducción de la población española durante el último año. El Padrón Municipal lo deja muy claro: en 2015 España perdió casi 99.500 habitantes. Y lo malo es que llueve sobre mojado, pues nos vemos instalados en un claro declive demográfico desde que, hace cuatro años, alcanzamos la cifra histórica más elevada en cuanto a la población. Año tras año, a partir de 2011, el número de personas inscritas en los ayuntamientos se ha venido reduciendo, acumulándose ya una pérdida de más de 740.000 personas. Es cierto que ello obedece a una intensificación del retorno a sus países de origen de muchos –más de un millón– de los extranjeros que vinieron durante la etapa de euforia económica que precedió a la crisis financiera. Pero también hay que anotar que la capacidad de reproducción interna ha compensado cada vez menos ese abandono, hasta el punto de que, también en 2015, las defunciones superaron a los nacimientos. En otras palabras, hemos entrado en una fase de crecimiento vegetativo negativo que se suma a un saldo migratorio también adverso.

Hace cierto tiempo, Joaquín Leguina, político y demógrafo, acuñó la expresión «termita demográfica» para describir metafóricamente los devastadores efectos que la dinámica de la población, cuando ésta entra en una etapa de decaimiento potencial y real, puede tener sobre la sociedad. La fuerza impulsora de esa termita es siempre la fecundidad, de manera que, si las mujeres en edad reproductiva tienen pocos hijos, entonces, pasadas dos o tres décadas, el decaimiento poblacional es inevitable. Y con él llega la contracción del tamaño del mercado –con sus efectos sobre la decadencia de los negocios–, el cambio en los hábitos de consumo y ahorro derivados del peso creciente de los viejos en la población, el aumento de la demanda de servicios sanitarios y asistenciales, así como el endurecimiento de la desproporción entre el número de personas retiradas de la actividad laboral y el de las que tienen que, con su trabajo, sostener al conjunto de la sociedad.

Se ha vuelto a discutir en estos días acerca del asunto de las pensiones, pues sin duda es un argumento para que los partidos puedan lanzarse dardos unos sobre otros. Y se critica lo del vaciamiento de la hucha acumulada hace unos años; y se habla de que si los sueldos actuales son bajos con respecto a una pensión media cada vez más elevada. Pero pocos recuerdan que, en este momento, por cada cuatro personas que alcanzan la edad de jubilación sólo una entra en el mercado de trabajo, sencillamente porque las generaciones de aquellos las formaban casi 600.000 individuos y las de éstos, sólo 360.000 –muchos de los cuales, además, alargan su vida como estudiantes–. Tenemos, pues, un imponente problema demográfico. Bueno sería que nuestros políticos encontraran tiempo para pensar en sus estragos.