El dilema de Darwin

Una de las lecturas más esclarecedoras y también inquietantes es «El origen de las especies» de Charles Darwin. Fitz Roy, capitán del HSM Beagle que realizó la histórica navegación geográfica y naturista trabó estrecha amistad con Darwin y al conocer sus primeros textos sobre la evolución y pese a ser un ferviente cristiano se miró en el espejo del baño y se degolló con su navaja barbera. Y es que es difícil asumir que la desigualdad es la reina de la naturaleza y que todos los hombres somos iguales en derechos y deberes, pero la especie es tan desigual como un cocodrilo, un caimán y un yacaré. La anunciada conferencia internacional para frenar el dramático éxodo africano hacia Europa, si no contempla el salto evolutivo darwiniano hacia un estado superior, será una pamema. Al margen de guerras islamistas o de señores de horca y cuchillo, África es el continente más rico del mundo, y el más expoliado. La colonización europea fue atroz, como relató Joseph Conrad en «El corazón de las tinieblas», pero los africanos no pueden vivir eternamente de aquel agravio. Todos los estados nacientes, salvo Etiopía que nunca fue colonizada pese a la opereta italiana, han fracasado en mayor o menor medida, desde Somalia, sin administración alguna, hasta Nigeria, donde si fallas con el palo de golf salta un chorrito de petróleo. Las multinacionales tienen menos responsabilidad que los gobiernos corruptos y, además, culpabilizar al capitalismo de todas estas desgracias resulta irónico porque Africa la están comprando los chinos al por mayor. Hay que volver a enterrar a Malthus porque en el «continente negro» se dan hambrunas pero sobra comida. Los ingenios azucareros producen alconafta, se queman cosechas para sostener los precios y bienintencionadas avionetas fumigan contra la malaria destruyendo los cultivos. Cuando los africanos procedan a su propia evolución serán iguales o mejores que nosotros los engrupidos europeos. Pero hay que leer a Darwin y evolucionar hacia otra clase intelectual y dirigente.