Gaspar Rosety

El dueño de su futuro

Le conocí una semana antes de que debutase con el primer equipo rojiblanco, en un almuerzo con su protector José Antonio Martín «Petón», un tipo diez. En el verano de 2007 nos saludamos con nuestras familias nada más llegar a Liverpool, donde cumpliría su sueño del legendario Anfield, The Grapes y el Museo de los Beatles, donde todavía canta John Lennon.

Dejó para 2008 aquel regalo bellísimo, toque sutil, mágico, intencionado, a cámara lenta, que cruzó la portería alemana a la sombra del Prater vienés. Más adelante, nos obsequió con aquella jugada suya con Fábregas y Navas, que taconeó Iniesta y que terminó en el gol de los siglos. Incluso, en Ucrania, donde las bombas destruyen hoy lo que el fútbol levantó ayer con verdadero amor, dejó la unión de sus botas con la red y aún tuvo tiempo para cerrar una actuación maravillosa cuando sus hijos pisaron el césped del estadio olímpico ucraniano.

Ahora regresa al lugar del que nunca se fue. Creo que todos supimos que, cuando se marchaba del Atlético de Madrid, realmente era para volver, como si siempre hubiera pertenecido a esa casa rojiblanca que hoy lo recibe con los brazos abiertos. Ya manifesté que sentía debilidad por este chico, con cara de muñeco revoltoso y diabólico, que encerraba en su fútbol cualidades tan valiosas como la velocidad, el desmarque, la comprensión táctica, la fuerza, la visión de juego y, por supuesto, el gol.

Guardo un cariño especial de su gran humanidad, coherente, sencillo y humilde. Y, haga lo que haga, disfrutaremos aunque sólo sea por saber que, efectivamente, «El Niño» ha vuelto a la orilla de su río, a la orilla del Manzanares, y a caminar por las verdes praderas de la que es su liga.