Jesús Fonseca

El elixir de los Príncipes

Importa lo que importa. Por eso lo que viene a cuento, tras la pitada del otro día en el Liceo de Barcelona, es el buen ánimo de los Príncipes de Asturias; ese temple tan suyo para suavizar tensiones y templar gaitas. Sus tablas, a la hora de salir airosos del atolladero. Esto, por un lado; y, por otro, la constatación de algo que cobra fuerza: el malestar contra las organismos públicos. Que se irrespete a los Príncipes es mala cosa, no lo vamos a negar. Aunque sean unos pocos los que busquen encanallar la convivencia; erosionar la institución más alta del Estado. ¡Como aquí todo vale! Pero la mayoría de los españoles no quiere una explosión social. Ni está en contra de la Monarquía. Aunque se corre el riesgo, con estas algaradas, de que parezca lo que no es. Si alguien encarna el porvenir de los jóvenes, las ilusiones de las familias, las virtudes cívicas, la unidad de la patria, la seguridad de todos, son los Príncipes de Asturias. Y así hay que recordarlo, una vez y otra, no sea que, tú por mi, la casa sin barrer. Yo creo que es la hora de la sensatez, de esa cordura que demuestran los Príncipes, día tras día, a la hora de tomarle el pulso a los asuntos. Los dos a la par, en su empeño por servir y ser útiles. Como el otro día en «L'elisire d'Amore». Su actitud lo decía todo: a lo que venga, se le saluda y pa'lante. Sí, es cierto, pase lo que pase, Don Felipe y Doña Leticia, hacen lo que toca impecablemente. Sin perder fuelle. Pero es verdad, también, que el mensaje de la calle no puede ser más claro: o enderezamos el rumbo o esto acaba mal. Estamos ante una situación inédita, ciertamente. Pero, si alguien está demostrando cintura y aplicando esfuerzo por la felicidad de España y de los españoles, son los Príncipes de Asturias. No es una opinión. Cuento lo que sucede. A la vista está.