Joaquín Marco

El enigma de la muerte de Neruda

El enigma de la muerte de Neruda
El enigma de la muerte de Nerudalarazon

El juez chileno Mario Carroza ha ordenado en las próximas semanas exhumar los restos del poeta chileno Pablo Neruda ante las dudas que suscita la naturaleza de su fallecimiento. La petición, en la que se ha demorado dos años, procede del testimonio del chófer del poeta Manuel Araya, que fue quien sostuvo que el poeta, senador, embajador y candidato presidencial fue asesinado por orden del general Pinochet o de su círculo con una inyección, en teoría, de un calmante. La muerte del poeta se produjo el 23 de septiembre, doce días después del golpe de Estado. Había regresado a su país en noviembre de 1972, aquejado de un cáncer de próstata que le fue detectado en París y estaba, entonces, acompañado de su esposa Matilde Urrutia en la clínica Santa María de Santiago de Chile, en la que años después se ha demostrado que fue también asesinado el ex presidente Eduardo Frei por envenenamiento. El periodista e historiador valenciano Mario Amorós, especialista en este periodo chileno, publicó en 2012 el libro «Sombras sobre Isla Negra. La misteriosa muerte de Pablo Neruda», donde se hace eco de esta hipótesis. No cabe duda de que Neruda resultaba un incómodo opositor en los turbios días del golpe de Estado del general. Poco antes había publicado un libro de título agresivo: «Incitación al nixonicidio y alabanza de la revolución chilena», con una tirada para un volumen poético hoy inconcebible: 70.000 ejemplares. Por otra parte, de haber superado la fase crítica de su cáncer, su intención era emigrar a México. Había dictado a su esposa las últimas páginas de las que serían sus «Memorias en Isla Negra». Pero hasta allí llegó el Ejército y sus registros y la ambulancia en la que se le trasladó a la clínica fue detenida por las patrullas en dos ocasiones.

En las memorias de Matilde Urrutia, «Mi vida junto a Pablo Neruda», apenas si se alude al momento de su fallecimiento. No llegué a conocer personalmente a Neruda, aunque hablé con él por teléfono, cuando se encontraba en la legación chilena en París para intentar publicar alguno de sus libros, sin éxito. Pero traté a Matilde a finales de la década de los años setenta. La primera de las varias cenas, en las ocasiones en las que pasó por la ciudad, estaba acompañada por Carmen Balcells y Jorge Edwards. Era una mujer de una exquisita elegancia, de agradable conversación y atenta a cuantos detalles podían afectar a la obra del poeta. Sin embargo, no recuerdo haber tratado, tal vez por delicadeza, sobre las circunstancias de aquel día trágico. Ni siquiera Jorge Edwards dudaba entonces –no sé si ahora– de que fuese la enfermedad y, por descontado, las circunstancias políticas del momento las que podían haber acelerado su fin. Su casa de Santiago fue saqueada, como su mansión de Isla Negra, donde hoy se ubica la Fundación que lleva su nombre. Edwards había sido secretario de la embajada en París, cuando Neruda la ocupaba y la relación entre ambos era muy cordial. Y Carmen Balcells resultó la fiel custodia de los derechos de autor. Pero en las cenas a las que asistí prevalecía, según creí entender, que la muerte del poeta fue debida al empeoramiento repentino de su enfermedad. Sin embargo, el juez ha recabado múltiples testimonios. El misterio se acentúa porque ha desaparecido el historial de los tres centros chilenos en los que fue atendido. El corresponsal en Chile del periódico español «La Vanguardia», Alberto Míguez, escribió a raíz de la muerte del poeta en su crónica del 25 de septiembre de 1973: «La muerte le sobrevino al escritor a causa de un paro cardiaco, consecuencia a su vez de una inyección calmante que le fue administrada». Se confirma, pues, la existencia, nada imaginaria, de esta inyección. Amorós cotejó atentamente la correspondencia entre Matilde Urrutia y Neruda, pero no llega sino a conjeturar, sin alcanzar una conclusión definitiva.

En «Adiós, poeta» (1990), Jorge Edwards ofrece una versión indirecta (él no se encontraba entonces en Chile) de su muerte y el testimonio próximo, que reproduce, es el del pintor Nemesio Antúnez: «Nemesio visitó a Neruda el día sábado 22 de septiembre en la mañana, menos de veinticuatro horas antes de su muerte. El poeta estaba cansado, afiebrado, adolorido, pero perfectamente lúcido. Le dijo a Nemesio que no había que hacerse ilusiones, él veía el fenómeno de la dictadura militar para muy largo tiempo». «Estos milicos», dijo, «actúan ahora con gran brutalidad, pero después van a tratar de hacerse populares, de mostrarse bonachones. Van a darles besos a los niños y a los ancianos en las plazas públicas, delante de la televisión. Van a repartir casitas, canastos con golosinas, medallas. Y se van quedar por muchos años»... Y le anuncia también entonces su decisión de instalarse en México. Añade más adelante: «Ese sábado en la tarde entró en coma y murió en las primeras horas del domingo...». Pero, como ya he comentado, Edwards estaba muy lejos de donde se producían tales acontecimientos y narra a través de un testimonio que tampoco estuvo presente. La actuación judicial, a instancias de una querella presentada por el Partido Comunista Chileno en mayo de 2011, despejará gracias al peritaje forense cualquier duda sobre los hechos que constituyen un enigma. ¿Cuál fue la causa real de la muerte del poeta de «Canto General»?. En sus últimas declaraciones a la Prensa veía cernirse sobre el panorama político chileno la sombra que había advertido en España en los inicios de la Guerra Civil. No andaba muy desencaminado.