Crisis del PSOE
El enroque
La crisis interna del Partido Socialista –la más grave de los últimos cuarenta años– está impidiendo la normalidad democrática en España y facilitando la aspiración de Podemos a convertirse en el principal referente de la izquierda. El enroque de Pedro Sánchez, un líder inconsistente y fracasado, dispuesto a enfrentarse a los «barones» regionales, a las figuras históricas del partido y a la rebelión de los dirigentes críticos, con tal de seguir en el despacho de Ferraz, produce asombro general e inquietud. Su apelación populista a las bases para mantenerse en el poder a pesar de los continuados descalabros electorales, mediante un congreso precipitado y amañado, en el peor momento de la vida nacional, amenaza con dinamitar al partido centenario. Se trata de lo más parecido a un intento desesperado de secuestro de la organización con el arma secreta del control de las listas electorales. El comentario más extendido estos días es que si este hombre sigue empeñado en poner sus ambiciones personales por encima del partido y al partido por encima de los intereses de España, provocará graves daños a España, se cargará al PSOE –lo del PASOK en Grecia es un precedente cercano– y él mismo «morirá matándose». O sea, el enroque acabará en jaque mate o, peor aún, con el tablero por el suelo.
De todas formas, a partir de ahora se abre un nuevo horizonte político en España, cumpliéndose eso de que no hay mal que por bien no venga. La dramática división del Partido Socialista y el previsto certificado de defunción política de Sánchez son poderosos argumentos para pronosticar que no habrá elecciones el 18 de diciembre. No es poco. Competir en estas condiciones llevaría a los socialistas al desastre cantado. Así que optarán por el mal menor: un Gobierno en minoría del Partido Popular, muy controlado y de no larga duración, mientras ellos se rehacen en la oposición, eligen un nuevo líder, se lamen las heridas e impiden que campee Podemos a sus anchas en la izquierda. Esos son los planes. El falso dilema «o yo o Rajoy», sobre el que Sánchez había montado desde el principio toda su estrategia nihilista, jaleado obscenamente por Pablo Iglesias, ya no tiene sentido. Por paradójico que parezca, más aún que Podemos, el más beneficiado de la actitud numantina de Pedro Sánchez es Mariano Rajoy, el resistente tranquilo, que, una vez más, gana el pulso.
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