Restringido
El escritor noctívago
José C. Vales es, para mí, la encarnación de lo que entiendo por un trabajador de la palabra. Cuando me lo imagino, veo a un erudito orfebre. Existe un lugar común, y no me gustaría recurrir a clichés: al final uno acaba juntándose con sus pares, la vida reúne a los que tenemos intereses comunes en algún ámbito. El interés de Vales, el que me une con él, es la palabra, el amor por el libro, por el título curioso, la capacidad para extraer la referencia exacta y la cita escondida en un texto aparentemente trivial. Sería un buen editor si no fuera porque los editores somos por naturaleza expansivos, y José es un noctámbulo al que le agrada la sola compañía de su ordenador, de sus libros de consulta, de sus notas. Como debe ser, me parece a mí. Y es en esas noches solitarias, sotto voce, entre traducción y traducción de Edmund Crispin, de Stella Gibbons o de Arnold Bennett, entre lecturas de los románticos ingleses e investigaciones sobre autores queridos (y recomendados), cuando José C. Vales ha empezado de modo muy natural a cultivar una carrera de escritor también noctívago. De muy buen escritor. Varias veces hemos hablado del tema, y él siempre me ha dicho que desdeña los laureles de la «literatura seria», que él se debe a un lector que busca ante todo evadirse, irse lejos, pasar un rato fuera de sus propia existencia y experimentar otras existencias. Eso es todo. Así nació «El pensionado de Neuwelke», una novela gótica «de libro»: con su heroína, sus escenarios umbrosos, su toque de melodrama. La novela era apasionante, porque ése era su tema, las pasiones, los fantasmas, los sentimientos. La especialidad de José C. Vales es emocionarnos con la palabra. Estamos de enhorabuena por tener de nuevo la oportunidad de saborear una historia suya.
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