Cristina López Schlichting

El ex presidente cobarde

La Razón
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Hay que ser muy, pero que muy fatuo para perder unas elecciones y salir de ganador. Cuando Carles Puigdemont compareció en Bruselas el jueves y agradeció en tono presidencial los pacíficos comicios y el trabajo de todos y la participación ciudadana, a una le entró un poco de vergüenza ajena. Con 940.602 votos acababa de perder las elecciones frente a los 1.102.099 votos de Inés Arrimadas. El bloque independentista había cosechado, además, dos escaños menos que en 2015 (70 frente a 72) y había recibido el apoyo del 47,5 por ciento del electorado, frente al 50,9 por ciento de quienes sí apoyan la identidad española de Cataluña.

¿Cómo es posible, en esas circunstancias, anunciar el triunfo, decretar la «muerte del 155» y pedir conversaciones bilaterales con Mariano Rajoy en Bruselas? Cabría colegir que el ex presidente catalán está desnortado, pero es demasiado astuto y ya lo ha demostrado. Hace meses, por ejemplo, que sacó a sus hijas y su mujer de Cataluña, no fuesen a pasarlo como el resto de sus compatriotas. Las niñas están en Rumanía con sus suegros.

Como el valor no figura entre sus atributos, ha sido un maestro en las fugas. Huyó el 1 de octubre, cuando esquivó a la Policía y se escondió bajo un puente, cambió de coche y votó en un pueblo distinto al que le correspondía. Después, se fugó a Bruselas cuando el juez lo mandó detener. Y desde allí ha demostrado que es más rentable viajar que dar la cara como Oriol Junqueras, que ha quedado en un amargo y subalterno tercer lugar en los comicios catalanes.

No, que nadie espere que Puigdemont baje a la realidad y se reconcilie con su condición de fugado de la Justicia y traidor a sus compañeros de causa encarcelados. Carles es, sencillamente, cobarde. Y, como gallina, hará cuanto sea posible para evitar su destino de presidiario.

Seguirá en Bruselas, aunque nadie lo quiera ni lo invite ni a café. Repetirá que ha ganado, cuando lo suyo es un mezquino puesto de segundón. Y reiterará el discurso independentista como el único mantra que puede disfrazar la imagen que le devuelve el espejo: carne de cárcel con un extraño peinado, líder de una causa que ha tocado techo en una Europa harta de extremismo.

La forma de ser de los jefes se transmite a sus inferiores, empapa su entorno, determina el «aroma» del ecosistema que crean. Y nada más cutre ni rastrero que el gesto de su lugarteniente, Ramón Tremosa, eurodiputado, cuando robó un selfie al ex primer ministro belga, Elio di Rupo, y lo publicó atribuyéndole un ataque contra Rajoy. Rupo, completamente escandalizado, escribió en Twitter: «Reafirmo mi total oposición a la actitud de Puigdemont». Qué vergüenza. ¿Lo han oído disculparse? Pues lo mismo van a escuchar de Puigdemont.