Paloma Pedrero
El falso delincuente
Un norteamericano de Kansas, de 70 años y carita de arrebato, robó un banco y se sentó con el dinero en el recibidor de la sucursal a esperar a la Policía. Cuando ésta apareció, entregó la pasta y dijo: «Yo soy el hombre que están buscando». El caso es que el forajido confesó que prefería ser enchironado que volver a casa con su mujer con la que discutía mucho. A mí, así de entrada, me parece que esto da para una obrita de teatro. Yo pondría a tres personajes: al valiente protagonista, al policía perplejo y a la mujer del falso delincuente. Conflicto tenemos. Porque, ¿qué hace ahora el policía, llevarlo a la cárcel por amago de robo? El protagonista tiene que convencerlo de que sí, de que no soporta la vida conyugal, de que su esposa le maltrata psíquicamente, de que o le encierran o se tira al tren nada más salir del banco. El policía, en cambio, habrá de hacer todo lo posible para que entienda que la cárcel no es un lugar adecuado para la libertad y el cariño, que hay otros techos y otras posibilidades sociales y que, sobretodo, no ha delinquido, sólo ha dado un susto al cajero. El protagonista, viendo que no consigue su objetivo, se irá poniendo nervioso hasta llegar a agredir al policía exclamando: «¿Y ahora qué, he delinquido o no? O me pone las esposas o le mato». En esto llega la mujer y llorando le increpa: «Sabía que intentarías dejarme e irte con él. Pues te juro que haré todo lo posible para que no estéis en el mismo módulo penitenciario». Ése podía ser un final. Pero seguro que la realidad supera la ficción.
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