César Vidal
¿El fin de la clase media? (II)
Señalaba en mi artículo anterior cómo la evolución económica iniciada ya en los años setenta, pero acentuada en la última década obliga a preguntarse si nos encontramos en una senda que conduce inexorablemente hacia el final de la clase media. No se trata de una cuestión ociosa. Tras décadas de presión creciente –la última ha sido brutal– salvadas sobre la base de un endeudamiento progresivo, del trabajo de los dos miembros de la pareja y de servicios sociales, la clase media ya no tiene carne en el asador. El desempleo rampante dificulta la entrada de dos salarios en casa y la deuda se convierte de pesada en asfixiante. Por añadidura, los impuestos pulverizan cualquier posibilidad de ahorro y promoción social y el deterioro de los servicios públicos se traduce en mayores gastos –por ejemplo, para pagarse una sociedad médica– y en obstáculos crecientes para lograr la formación que ayudará a sus hijos a desenvolverse en el futuro. Que esa clase media se vea cada vez más empobrecida y que además no vea salida para sus retoños no es, sin embargo, sólo un problema propio. A decir verdad, es el drama de toda la nación. Es la clase media la que mantiene el sistema económico de consumo y si éste se deteriora con él declinan la capacidad recaudadora del estado y el entramado de servicios sociales. Los ricos –aunque cada vez fueran más acaudalados y encontraran más resquicios por los que hurtarse a la acción de Hacienda– no son bastantes para mantener el edificio en pie. En otras palabras, si la sociedad media sobrevive, sobrevivirá la prosperidad nacional; si se desploma, tarde o temprano, con ella se irá todo lo que conocemos y damos por supuesto como justo y necesario en la vida social. No sólo eso. Si esa clase media que es garantía de la estabilidad –la Transición fue un excelente ejemplo de la veracidad de lo que señalo– se deshilacha podemos regresar a periodos de turbulencias como España no los ha conocido desde hace muchas décadas. La disyuntiva es bien fácil: o se reduce drásticamente la presión fiscal y se mantiene la calidad de los servicios a costa, eso sí, de disminuir un gasto que es no pocas veces de mera intencionalidad política o la clase media se verá abocada a un empobrecimiento todavía mayor que tendrá funestas consecuencias para todos. No es un problema de mañana. Lo es desde ayer y ya hoy y la cuenta atrás comenzó hace tiempo.
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