Alfonso Ussía
El gallego genial
Era el mejor. José Luis Alvite. No lo escribo aprovechando su muerte, porque ya lo hice aprovechando su vida. El mejor, con marcada diferencia. Galicia nos ha regalado muchos talentos literarios. Rosalía –me aburre un poco, sinceramente–, Don Camilo, Álvaro Cunqueiro, Ángel Fole, José María Castroviejo y José Luis Alvite. La figuración extrema en la palabra. Tímido apoteósico. Había oído a Alvite en el programa de Carlos Herrera. Algún día habrá que reconocerle a Carlos su generosidad de tiempo invertido rebuscando en las esquinas olvidadas. Alvite, en Santiago; Garmendia en Sevilla. El prosista más luminoso y el poeta más cachondo. «To be or not to be,/ that is the question./ De papas con tomate/ ¡Cómo me he puestion!». Cuando pasó de la palabra hablada a la palabra escrita, aquí en LA RAZÓN, se ubicó tímidamente en la cumbre. Le presenté un libro en el Aula Cultural de El Corte Inglés en Madrid. No lo conocía personalmente y nos citamos con dos horas de antelación. Ahí estaba, con su corpachón de marino, en una esquina de la barra, pidiendo perdón al aire ajeno que respiraba. Apenas unas horas en Madrid y ya languidecía de melancolía pensando en Santiago. Lo suyo no era viajar. He tenido la suerte o la desgracia de verme obligado a viajar más de lo que hubiera querido, y comprendí la animadversión de Alvite hacia el viaje. «Todo es decepcionante. Por ejemplo, cuando ví por primera vez la Plaza de San Pedro, me pareció muy pequeña». Escribió de Nueva York con tanta belleza que resultaba imposible creer que había estado, que no lo estuvo, en Nueva York. Se viaja con la imaginación y la sensibilidad. «Compadezco a esos matrimonios que celebran sus Bodas de Plata con un gran viaje. Viajar con la mujer propia es tan extravagante como el cazador furtivo que se hace acompañar del Guarda Mayor de la finca».
Alvite era, aparentemente, serio y reconcentrado. Pero siempre estaba sometido a su genialidad. En aquella presentación falló el otro presentador. Mi intervención salió de dulce, y una cerrada ovación celebró mi esfuerzo. Me susurró Alvite: «Como el otro no ha venido y te ha salido tan bien tu discurso, voy a proponer que lo leas otra vez». Así lo hizo, y así lo hice. Alvite llevaba preparada una cuartilla cuya lectura no superó los cinco minutos. «Y mañana, a Santiago, que está a diez horas de viaje». Lo confirmó en su estupendo artículo del viernes Paco Reyero. «Ya de viajar, se hace bien y mirando los paisajes». Los paisajes y los descansos en pueblos en los que sólo él se detenía para dominar su talento.
El «Savoy» imaginado y las mujeres. Sus grandes amores. Decenios cumpliendo con su trabajo de cajero en la sucursal compostelana de una Caja de Ahorros. «Se pasa mal. Llega una mujer a cobrar un talón de 300 euros con los 300 euros en la mirada. Y el talón no tiene fondos. El director lo rechaza, y los 300 euros en los ojos de esa mujer se convierten en lágrimas».
Coincido plenamente con César Vidal. Alvite voló por encima de Umbral, que es vuelo estratosférico. El texto de Manolo Calderón, preciso y hondo, como su amistad vislumbrada. Y el de Ángela Vallvey, Pedro Narváez, el profesor Rodríguez Braun... y todos los columnistas de nuestro periódico. Homenaje al más grande, al dueño de la metáfora, a la humanidad triste y descarada, al que mejor ha sabido colocar las palabras y la belleza, unas detrás de otras, en el periodismo español de los últimos decenios.
Enemigo de lisonjas y premios, estoy por proponer a Mauricio Casals la creación del «Premio José Luis Alvite» de periodismo escrito. Un estímulo para distinguir a los escritores que intenten acercarse a su talento. Lo malo de este premio literario es que sólo podría ganarlo el propio José Luis Alvite. Y para mí, que en las presentes circunstancias, no tiene ninguna intención de optar a ello.
Gracias por tanta belleza y genialidad literaria, José Luis. Será difícil, pero intentaremos imitarte.
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