César Vidal
El incombustible Ángel Gutiérrez
Hace aproximadamente dos años, desde este mismo espacio lanzaba yo un grito en petición de ayuda para el Teatro de Cámara Chéjov de Madrid. Su director, Ángel Gutiérrez, me había contado cómo la crisis y la subida de impuestos estaban estrangulando su sala amenazando con el cierre. Para los que no lo sepan, Ángel Gutiérrez es una de las figuras más extraordinarias del teatro español de los últimos cincuenta años. Niño de la guerra, educado, reconocido y premiado en la URSS donde colaboró, entre otros, con Tarkovsky, decidió en los años setenta regresar a la patria de la que se había marchado, literalmente, bajo las bombas. Para los que soñaban con el triunfo de utopías de izquierdas, Gutiérrez era incómodo ya que venía de la principal y no dudaron en hacerle la vida imposible. De aquel acoso, logró zafarse creando una sala excepcional, el Teatro de Cámara Chejov, ubicado cerca de la calle Atocha. Los que asistimos a sus funciones somos testigos de que sumaban originalidad, meticulosidad y creatividad. Pero la crisis económica provocada por ZP y la presión fiscal de Montoro eran dos monstruos excesivos. Durante un tiempo, Gutiérrez confió en que la Comunidad de Madrid –que lo había condecorado– podría ayudarlo, pero no tardó en darse cuenta de lo vana que era la esperanza. Luego antiguos colaboradores suyos lo echaron de la sala. Finalmente, una universidad privada se interesó por su obra. Me cuenta Ángel que la entidad educativa se aprovechó para quitarle el teatro abusando de su ingenuidad. En su vileza, incluso le despojaron del logotipo, una gaviota chejoviana que para él en especial había diseñado un artista ruso. Cualquiera se habría hundido por el peso de los reveses, de la enfermedad y de los años. Gracias a Dios, no ha sido el caso de Ángel Gutiérrez. Secundado por actores fieles como los inefables Germán y Checa a los que he contemplado siempre con enorme agrado, me entero de que ha logrado recuperar al menos la gaviota y que, ahora como Teatro Chéjov a secas, vuelve a representar «Las noches blancas» de Dostoyevsky y «El oso chejoviano» en el Centro ruso de Madrid. Demuestra por enésima vez que es incombustible y esa circunstancia me llena de alegría. Sin embargo, no puedo impedir que los ojos se me empañen. El caso de Ángel Gutiérrez confirma por enésima vez que España puede ser pavorosamente ingrata con los mejores, esos mejores que tienen razones sobradas para lamentar haber vuelto o para no regresar jamás.
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