Ely del Valle

El lápiz y la calabaza

Una vez asumida la cara de lugareños de Villar del Río con Pepe Isbert al frente que se nos ha quedado, llega el momento de analizar qué le hemos hecho al COI para que nos dé estos disgustos. La primera razón a la que algunos aluden es la económica. Es posible, pero no probable. Todos los indicadores se nos han puesto en modo esperanza, y la salida del estado cuasi catatónico en el que nos encontrábamos hace un año demuestra mejor que cualquier victoria olímpica lo que somos capaces de hacer cuando nos ponemos. Otra cosa son los avales privados y las inversiones millonarias que Japón está dispuesto a poner en marcha para alborozo de algunos miembros del Comité Olímpico con intereses específicos en el asunto.

Tampoco hay que achacar la bofetada olímpica a que nuestro proyecto no estuviera bien fundamentado. Lo estaba, aunque el hecho de que Tokio pueda celebrar todas las pruebas sin apenas desplazamientos, también ha debido pesar lo suyo.

Ni la solidez, ni la viabilidad, ni la calidad son factores que el COI tenga en cuenta. Pudimos verlo con Atlanta, lo confirmamos con Londres y su candidatura virtual y lo corroboramos con Río de Janeiro, que fue el ejemplo de propuesta chapuza por antonomasia. No obstante, haciendo gala de una inmensa, no sé si candidez o prepotencia, hemos insistido creyendo que la ilusión y el trabajo bien hecho cuentan para algo en la elección.

La realidad, no una nueva sino la de siempre, nos ha devuelto al poco deportivo mundo de las estrategias, de los negocios bajo cuerda y de las filias y las fobias. El resultado ha sido que hemos vuelto a despertarnos, como en la canción de Serrat, chupando un lápiz sobre una calabaza. Y lo peor es que, a la hora de la verdad, seguimos sin saber muy bien por qué.