Alfonso Ussía

El lomo de la gitana

El 24 de diciembre, frío y soleado, me presenté cumpliendo su orden en el despacho del capitán don Rafael Urréjola, un militar estricto y humano, un señor como la copa de un pino. Estaba enfadado con mi humilde ser. Se había enterado de que días antes, incumpliendo claramente con mi deber, le había traspasado mi servicio de guardia en el refuerzo de noche a otro soldado previo pago de quinientas pesetas. –Lo siento, pero lo que usted no hizo cuando le correspondía lo va a hacer esta noche. Hará guardia en la puerta principal en el segundo relevo. Desde las 11 de la noche a las 2 de la mañana del 25 de diciembre-. La Nochebuena en el puesto de guardia.

El campamento de Camposoto, CIR 16, tiene la garita principal en lo alto. Se accede por una carretera sinuosa que sale de San Fernando. En mis tiempos, se sucedían a ambos lados del camino viviendas de familias gitanas y alguna ventilla que otra. Una carretera vigilada en las cunetas por interminables manchas de chumberas y eucaliptos solitarios. A las 11, como era preceptivo, relevé al soldado de guardia del primer turno. Y me preparé, en la más absoluta soledad a pasar mi Nochebuena de centinela, consecuencia del merecido arresto que me había impuesto el capitán. Hacía un frío del carajo. Lo he escrito y lo repito. He estado en Moscú, en San Petersburgo y en Helsinki en pleno invierno. Pero no pasé en ninguno de los tres lugares el frío del invierno andaluz, que cuando se presenta entra en los huesos directamente.

Se acercaba la hora cumbre de la Nochebuena. Las 12 de la noche, el límite del día. Se oían villancicos que aumentaban mi melancolía. Y se acercó una sombra. La sombra tenía dueña, y llevaba un paquete. Le di el «alto», y obedeció a la advertencia. Era una mujer gitana de una venta próxima a Camposoto. –No te asustes, niño, que esto es para ti. Para que te acompañe en la Nochebuena tan triste que te ha tocado-. Y me entregó una bolsita, con un buen pedazo de caña de lomo y media botellita de jerez. –Para que pases mejor la Nochebuena, hijo, y muchas gracias por tu servicio-. Entonces me dio un beso. –Buenas noches, soldadito-.

La gitana, ya de vuelta, volvió a hacerse sombra hasta que desapareció. Me comí el lomo, y saltándome la norma, me bebí lentamente la media botella. Todo me supo y me sentó a gloria bendita. Nunca sabrá aquella mujer maravillosa el bien que me hizo. He pasado muchas nochebuenas desde aquella de mi soledad, y nunca he apreciado lo que he tenido como aquella noche gélida en la isla de San Fernando. Hoy es Nochebuena.

Esta noche, mientras nos reunimos, rezamos, cantamos y cenamos en familia, centenares de soldados hacen guardia en sus regimientos y unidades. Hoy, como todas las noches del año, los pilotos del Ejército del Aire vuelan por nuestro espacio aéreo para amparar nuestra alegría o nuestra nostalgia. Y los buques de la Armada, con sus tripulaciones alerta, navegan por nuestras costas. Hoy, miles de militares cumplen con su deber alejados de los suyos. Y hoy, en distintos lugares del mundo, en los más hostiles, militares españoles y guardias civiles defienden las libertades y los derechos de nuestra civilización.

Hoy, la Guardia Civil y la Policía no descansan. Más aún, trabajan para que la alegría no se enturbie y la gente sea feliz. Hoy, en Camposoto, ocupará un soldado la garita que yo ocupé de centinela solitario. Y es posible que esa mujer sin nombre, aquella gitana con la bondad enroscada en su alma, le lleve la caña de lomo y la media botella de jerez. No se trata de un cuento de Navidad. Es memoria de una noche que vivirá para siempre en lo que me queda de luz. Y una muestra de gratitud a los que nos guardan la felicidad familiar alejados de los suyos, que tanto los añoran y necesitan. Que el Niño Dios premie su lealtad a los españoles.