Carlos Rodríguez Braun
El muro demediado
Preguntado Richard Pipes, el historiador polaco y catedrático de Harvard, sobre cuál es el legado de la Revolución Rusa de 1917, respondió: «Millones de cadáveres». Por eso mismo, dados sus resultados prácticos abrumadoramente criminales, la extrema izquierda se esfuerza en desplegar una de sus habilidades más notorias: la propaganda. Una forma que adopta esta estrategia mendaz es la de disolver capitalismo y socialismo, como si fueran males análogos. Un intelectual norteamericano admitió que en Rusia había campos de concentración, pero añadió que en EE UU había... fábricas. Una bonita forma de expresar este camelo la brindó el escritor cubano Iván de la Nuez, que dijo: «El Muro se desplomó hacia los dos lados». Como si los dos lados fueran iguales. El hecho de que los trabajadores siempre se fugaran en una sola dirección, y jamás cruzaran el Muro de Berlín ansiando llegar al paraíso comunista, es un detalle que ha pasado desapercibido al distinguido intelectual. Seguramente también debe creer que es pura casualidad que multitudes de trabajadores se hayan escapado desde La Habana a Miami, y ninguno en sentido contrario. Comentando precisamente el libro del señor De la Nuez escribió César Rendueles que el capitalismo alentó el Estado de bienestar para frenar la «tentación comunista», como si el comunismo fuera realmente una tentación de los pueblos, y no una imposición de unas elites. También comentó lo siguiente: «El capitalismo logró perfeccionar la planificación autoritaria, la burocracia y al sometimiento del individuo con una eficacia inaccesible para el estalinismo». Aunque parezca sorprendente, este tipo de barbaridades perviven todavía, aunque fundamentalmente en el mundo de la universidad, el arte y los medios de comunicación. Ningún trabajador puede creerse semejante patraña.
Sin embargo, esta atrocidad reviste interés retórico, no solo por su clamorosa falsedad, y tampoco por su equiparación de lo que no puede equipararse, como bien sabían los trabajadores que durante un siglo han procurado huir del socialismo «real». Tiene interés porque revela un viejo truco: cuando se alude a la brutalidad del comunismo, sus portavoces no solo la asimilan al capitalismo, sino que evitan siempre que el comunismo aparezca como palabra, y hablan de «estalinismo» (otro viejo truco es hablar de «capitalismo de Estado»).
El ardid consiste en preservar el comunismo circunscribiendo sus crímenes a defectos personales, no sistemáticos. Es una estrategia notable, porque las matanzas comunistas no dependieron sólo de personas perversas, sino de ideas perversas. Los muertos de hambre en la China de Mao no murieron por el «estalinismo» sino por el comunismo, por la aplicación consciente y sistemática de políticas comunistas, políticas que aniquilaron los dos fundamentos del capitalismo y la economía de mercado: la propiedad privada y los contratos voluntarios. Por tanto, ni el Muro dividía dos sistemas iguales, ni las decenas de millones de trabajadores asesinados por los comunistas murieron por culpa del «estalinismo».
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