Martín Prieto

El negro que tenía el alma blanca

Ya la inefable Leire Pajín nos advertía sobre el acontecimiento planetario de la elección de Obama coincidente con la presidencia rotatoria de la UE por Rodríguez Zapatero. En estos tiempos de zozobra todo es global y planetario y el espionaje ya no es lo que nos contaban Ian Fleming o John Le Carré. El gallinero político se ha alborotado y clama explicaciones a Estados Unidos por el espionaje electrónico indiscriminado hasta a socios, amigos y aliados, a cargo de la tecnológicamente monstruosa Agencia de Seguridad Nacional. Solemos olvidar una premisa: todo lo que se puede hacer se acaba haciendo, y los drones o predators son poco más que juguetería para los telediarios al lado del gran hermano universal que nos observa impúdicamente por el ojo de la cerradura. Teniendo una importancia relativa en el sur de Europa, que nos pinchen más teléfonos que habitantes mueve a orgullo. Lo que hay que exigir es que nos den las transcripciones para saber quiénes somos, qué hacemos y en que gatera nos estamos dejando los pelos. La traición consiste en no prestarnos el juego de satélites. En su día me aseguraron solventemente que los arrumacos de José María Aznar a su colega Bush Jr. no eran fruto de una inquina personal contra Sadam Hussein, sino que nuestro presidente quería extraerle al americano una tecnología de escucha avanzada que hubiera dejado a los etarras como la Venus de Botticelli saliendo de las aguas. El mundo seguirá siendo un patio de vecinos, y la única consecuencia inmediata es el descrédito de Obama como gran esperanza blanca de otra forma de hacer política. Creímos que por negro (de color somos todos) y del partido del burro, imperaría la progresía. No ha armado una política exterior. No ha podido (como Clinton) con su reforma estrella sanitaria, y, como los malos presidentes, ha tenido que aplazar unos Presupuestos. Ni siquiera ha cerrado Guantánamo. Los negros no empalidecen, pero cada vez que se planta ante el atril Obama parece más blanco.