Internacional
El niño Trump
El atentado en Alemania «me da la razón al 100%». Palabrita del Niño Trump, que canta el gordo cada mañana al imparable ritmo de su bulería mental. Quería decir que el camión de la muerte justifica su decisión de vetar la entrada en EE.UU. de cualquier ciudadano proveniente de países que sean vivero del terrorismo yihadista. Pero también puede significar que el crimen lo reafirma en la idea de crear un censo de musulmanes. O no. O sí. A la retórica del nuevo presidente le ocurre lo que a la paloma de Alberti. Lo mismo viaja al norte creyendo que puso rumbo sur que al contrario. Ventajas de un prorrateo intelectual que hace virtud de lo oscuro. El Niño Trump habla y escribe (leer no, leer lo tiene prohibido por prescripción facultativa) a la manera de esos oráculos que sólo aciertan obviedades. Nunca fallan porque el quid del negocio consiste en descubrir las sopas de ajo, vestir un caperuzo como el de Gandalf y liar a tope los pronósticos de futuro incierto. Al Niño Trump, en su etapa prepresidencial, de vacaciones todo el santo día, le ha dado por practicar la subversión de los principios que rigen la diplomacia estadounidense y por felicitarse mucho ante el espejo. Como cuando explica que quizá haya que abrir corredores humanitarios en Siria y luego defenderlos con los cazas. Los mismos de los que habló en su día Clinton para que Trump la acusara de situar al mundo al borde de la III Guerra Mundial. Él no, él sabe cómo hacerlo, claro. De la mano de ese pedazo de demócrata apellidado Putin, y en el regazo, como un nene de pecho, el genocida Bachar al Asad. Por no hablar de la tarde en que recibió a Nigel Farage, líder del Brexit, y dejó para los postres la conversación con Theresa May, primera ministra del Reino Unido. Por no extendernos sobre su afrenta a los chinos, a los que tiene más amarillos de lo que aconseja el buen sentido y la costumbre, luego de pasárselo pipa al teléfono con la presidenta de Taiwán, Tsai Ing-wen. Yo, que soy un frívolo, gozo al imaginar al general James N. Mattis cuando sea secretario de Estado bajo la autoridad de un presidente que tiene como principal pasatiempo la voladura incontrolada del cuerpo diplomático estadounidense. Mientras los principales expertos en la política internacional de su país están a régimen estricto de benzodiazepinas y tila, el Niño Trump no suelta el móvil ni el Twitter. Con el primero dispara y el segundo lo saca a pasear, sin bozal ni correa, en cuanto las circunstancias exigen meterle un poco de jaleo a la geopolítica mundial, ese muermo. Con lo mucho que bostezábamos en la contemplación de Siria, Ucrania, Corea del Norte, Irán, Rusia y China, ya era hora de que llegase un cantaor de rompe y rasga. iViva la heterodoxia! A los viejos asesores de los Bush, como el profesor Eliot Cohen, que anda de los nervios, ya les pueden ir dando. Por latosos, fósiles y achantados.
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