Restringido

El no-muerto

La Razón
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El pasado diciembre, una familia enterró en Nueva York a una madre que no era la suya. Los colegas de la funeraria se hicieron un lío con los certificados y, como resultado, los McDonald celebraron una misa en Harlem por el eterno descanso de una extraña. «Pobrecita. Cuánto tuvo que sufrir. Hay que ver cómo cambió con la agonía», repetían atónitos. Oprimidos por la capacidad de la muerte para alterar hasta la náusea aquello que un día amaste, dieron por buena la mascarada y celebraron la memoria ignota de una forastera. Sólo los niños, dotados de rayos X, verbalizaron lo evidente. Que aquella señora era otra. Digna de compasión. Sólo faltaba. Pero tan alienígena como los rostros anónimos que te cruzas a diario en el metro. Al decir del «New York Times» fueron necesarias casi dos semanas para que los empleados de pompas fúnebres descubrieran el pastel y llamasen a los McDonald. Si resulta estupefaciente la posibilidad de que un error hospitalario te lleve a adoptar al hijo de los vecinos, imaginen la hipótesis de llorar a una prima por parte de padre de la abuela de un chino. Polvo somos y además, a poco que no prestes atención, o sí, da igual, resulta intercambiable.

Sirva la aciaga historia de los McDonald para prevenir a Obama. Ufano en su viaje rompehielos a Cuba. Convencido de que vela el fiambre de un régimen que decae al ritmo de las fachadas de La Habana y que, sin embargo, podría encontrarse en un ataúd distinto. Con esto no digo que el castrismo, el poscrastrismo e incluso el posposcastrismo no estén tiesos, que lo están, sino que el muerto que exhibe Raúl sea otro. Cualquiera. Uno prestado. Un viejo cadete de la Organización de Pioneros José Martí. Un redactor lírico de Juventud Rebelde. Un cuadro provincial de los Comités de Defensa de la Revolución. Un voluntario rumboso que entretenga al prócer estadounidense con las exequias y el béisbol a fin de que el cadáver estatal, libre de escrutinio, con zarpas y a lo loco, siga en modo vampírico. En pie de guerra en cuanto la noche enciende el Malecón para mejor encarcelar Damas de Blanco y reeducar jineteras. A la caza de opositores y demócratas a los que chupar sangre. Ocupado en blanquear su mausoleo mientras espera la resurrección del camarada Chávez y, de paso, un ciclo alcista en los precios del crudo. Estaríamos así ante la infeliz paradoja de que una vez enterrada la dictadura, mediante persona interpuesta, perdure otro siglo y medio.

No conviene minusvalorar la resistencia a extinguirse del no-muerto. En el cálculo de Obama prima el afán de socavar la tiranía y el anhelo egotista de ampliar su ficha en los libros de historia, y claro, todo puede ser. Incluso que al abrir la tapa se encuentre a sí mismo en el féretro donde velan la libertad en Cuba. Y con los Castro y cía. de parranda y constantes más allá de la muerte. Como el amor y como Drácula. Capaces de cruzar océanos de tiempo para reírse en nuestra jeta y, ya puestos, quitarte la novia. Pregúntele por Mina, presidente, a Jonathan Harker.