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El padrino

La Razón
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Allí estaban todos. Francis Ford Coppola y Al Pacino, Robert De Niro y Diane Keaton, Robert Du-vall, Talia Shire y James Caan. El director y el elenco de «El Padrino» y «El Padrino II». Sólo faltaban Marlon Brando y John Cazale. Por compromisos previamente contraídos con la muerte, que diría el clásico. Era la cita del año. En el Radio City Music Hall. 45 años después de rematar la primera parte, recibimos al casting que nos voló la chola de adolescentes. ¿La mejor cinta de la historia? Paparruchas. Eso queda para los centinelas del camposanto y los niños, que han visto poco. Imposible comparar los «Padrinos» y «Los siete samurais», «Fanny y Alexander», «Vértigo», «Perdición» y tantas. Creíamos que no había nada igual, sencillamente, porque nos faltaba por meternos en vena el noventa por ciento de la historia del cine. Asumido esto, reconozcan que pocas obras más suntuosas, pocos barridos por la entraña de Shakespeare, como la canción de la mafia, entre Sicilia y Little Italy. Más cerca de Visconti y su «Gatopardo» que de la sordidez con chándal que lucían los auténticos capos. Para envenenarse de mugre acudan al latido feroz de Scorsese. A «Los Soprano». Lo de Coppola siempre fue otra cosa. Otro rollo. Un cóctel épico. Una saga que cruza océanos de memoria. Fumata en claroscuro. Recuerdos de una monda de naranja entre los dientes del viejo césar para asustar al nieto. Los cielos de Corleone bailando con espigas. Cuba entre la ruleta y el teléfono de oro de Fulgencio Batista. Consejos como puñales: los amigos cerca y los enemigos más; si algo nos ha enseñado la historia es que es posible matar a cualquiera; el que te pida la cita, ese será el traidor; ¿qué te hecho para que me trates así? Etc. Una panoplia de gentes, imágenes, violas y balas a caballo de la avaricia. Con un nudo de sangre en la garganta y el periódico de ayer que anuncia sepelios. ¿Renuncias a Satanás? La asignatura obligada para cualquiera que ame el cine. La nostalgia de saber que nosotros, los de entonces, no es solo que ya no seamos los mismos, sino que encima De Niro dedica la senectud a encadenar comedias y Coppola a un «underground» solemne y vacuo. A años luz del antiguo esplendor en la hierba. Pero he ahí que en el templo art decó de Midtown, una tarde de abril, volvieron todos. Abrieron las puertas del teatro y encontramos a Michael, a Kate, a Tom, a Sonny, a Connie y hasta al mismísimo Vito, bien que Vito el Joven. Un reencuentro con la memoria de un tiempo en el que Hollywood supo reinventarse para facturar obras a la contra, memorables, alucinadas, inteligentes, complejas, febriles, mitológicas, violentas y sensuales, barrocas, elegantes y adultas. Medio siglo más tarde todavía muerden, todavía enamoran. Dos ochomiles. El evangelio según Francis. Y nosotros de rodillas. Para agradecerlo con la lágrima en la calavera mientras lloramos junto al cadáver de Fredo. Seguro que todavía ruedan películas como las de antes. Ninguna como «El Padrino».