Restringido

El palacio de invierno

La vieja casta política se refugia en el palacio de invierno esperando que las nuevas hordas cibernéticas, que acaban de proclamar al Lenin de Lavapiés como su líder indiscutible, terminen por ser más virtuales que reales y que en las próximas citas electorales el pastel se siga repartiendo entre las dos grandes fuerzas que llevan gobernando España desde que la Transición hizo saltar el candado que nos cerraba el paso hacia la libertad y que Franco logró mantener, casi sin herrumbre, durante treinta y ocho años hasta que murió en una cama de hospital. Lo del candado se lo oí decir el pasado sábado a Pablo Iglesias pero refiriéndose a la Constitución del 78, la de la concordia, la del consenso, la que debía guardar bajo siete llaves y para siempre las tristemente famosas dos Españas, algo que se logró en gran medida hasta la llegada de ZP al poder y la aprobación de la llamada ley de Memoria Histórica con su venenoso componente de revanchismo. Un revanchismo que la crisis, negada por el propio Zapatero hasta que Obama y Merkel le pusieron frente a un espejo de verdad, y no el de la madrastra de Blancanieves en el que hasta entonces se había mirado, ha ido derivando en un movimiento antisistema que en apenas un año puede dejar España irreconocible incluso para la madre que la parió, como dijo en su día Alfonso Guerra. Que esa vieja casta necesita depurarse es algo que nadie puede negar a estas alturas, pero de ahí al nuevo bolchevismo que se alimenta de los regímenes pseudo dictatoriales de América Latina hay un auténtico abismo que puede dar al traste con una democracia, seguramente seriamente enferma, pero democracia al fin y al cabo. Si PP y PSOE no son capaces en los próximos meses de cortar de raíz toda sospecha de conductas corruptas, volverán a ser los culpables de una nueva frustración democrática como lo fueron en los años treinta aquella derecha intransigente y aquella izquierda con permanentes veleidades de radicalismo.