José María Marco
El Papa, la familia y la identidad
Hace unos días, el Papa concedió una entrevista al periódico argentino «La Nación» y volvió a plantear algunos de los asuntos más polémicos tratados en el reciente Sínodo sobre la familia, en Roma. En particular, el Papa ha hablado del tratamiento que la Iglesia católica romana da a las personas separadas y del que da a los homosexuales. (Ni el Papa ni el sínodo han tratado la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo, que no entra en el horizonte de la Iglesia).
Se entiende que el Papa esté preocupado. Hay muchas personas en estas circunstancias y entre ellos hay muchos creyentes católicos. En un sentido muy literal, viven en lo que el Papa gusta de llamar la periferia. Sin necesidad de establecer comparaciones, el Papa comprende sin duda que la fe se ha enfrentado en estos casos a situaciones difíciles. Si ha sobrevivido, habrá alcanzado una intensidad particular. Para el Papa Francisco, la periferia suele ser un campo fértil en ejemplos, ya que no en modelos.
En cuanto a las personas separadas, el Papa parece volver a las preguntas que el cardenal Walter Kasper planteó al sínodo acerca de cómo y en qué condiciones la Iglesia católica romana está dispuesta a considerar la posible reintegración de unos fieles que, como dice el Santo Padre en la entrevista, parece que sufrieran una excomunión de hecho. En cuanto a los homosexuales, el problema es distinto porque afecta a la naturaleza misma de la persona. Efectivamente, una persona homosexual no ejerce de tal en todas las actividades de la vida, pero tampoco puede dejar de ser homosexual en ningún momento. Esto, tanto o más que la visibilidad, es lo que caracteriza el tiempo presente. Pone en primer plano la cuestión de la identidad y por eso la cuestión no afecta sólo a los homosexuales, sino a la forma en la que cualquier persona se sitúa en el mundo desde lo que le constituye como persona. También afecta a la necesidad, por parte de las instituciones, de tener en cuenta esta realidad sin romper su propia vocación, en este caso universal, católica. El asunto, por tanto, tiene interés para los homosexuales, católicos o no. También tiene interés para la Iglesia. E interesa también a cualquiera que esté preocupado por las formas en las que las personas viven –o mejor dicho, tienen que vivir, porque aquí ya no hay vuelta de hoja– su identidad en una sociedad que, a su vez, tiene que ser la de todos.
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