Restringido
El papel de Rajoy
Uno de los aspectos más desafortunados, o al menos más discutibles, de la posición del PSOE sobre la «cuestión catalana» es el empeño del principal partido de la oposición y de sus satélites mediáticos en colocarse equidistantes de Mas y Rajoy. Critican cada día casi con similar empeño la aventura independentista del dirigente catalán y lo que consideran inmovilismo del presidente del Gobierno español. Los socialistas y sus mentores se colocan así en el centro del tablero entre dos extremos poco recomendables. Es lo que llaman la «tercera vía», una reforma constitucional en clave federal, que reconozca con mayor amplitud el «hecho diferencial» de Cataluña, un camino dudoso, poco definido, poblado de trampas, que no convence, por razones contrarias, ni a Rajoy ni a Mas ni a la mayor parte de los españoles, que se oponen a privilegiar a unas regiones sobre otras. Esta equidistancia resulta a todas luces, en estos momentos, injusta e irresponsable. Ante una situación crítica como la que estamos viviendo, lo menos que se le puede pedir al principal partido de la oposición es que cierre filas con el Gobierno constitucional, ayudándole con generosidad a tomar las decisiones acertadas, en lugar de descalificarlo a cada paso.
Puede que haya razones para criticar algunos aspectos de la política gubernamental en toda esta larga crisis, lo mismo que hay argumentos poderosos para criticar no pocas decisiones de los anteriores gobiernos socialistas y de sus dirigentes actuales, clamorosamente influenciados por el equidistante PSC, en relación con el «proceso» catalán. En el caso del presidente Rajoy se le puede achacar que no ha sabido llevar en este asunto la iniciativa política y que ha perdido ante Artur Mas y sus socios la batalla de la comunicación. Pero hay que reconocer que ha sido, en todo momento, un acérrimo defensor de la Constitución y de la legalidad, que era su principal cometido. Cualquier titubeo en este asunto, cualquier salida de tono, cualquier estridencia habrían resultado perniciosos. Confundir la prudencia política con el inmovilismo y crear así un falso estereotipo pensando en las elecciones generales resulta poco edificante y, desde luego, nada constructivo. Habrá tiempo de hacer análisis crítico de las actuaciones de cada uno. Ahora no es el momento. La gente, con buen criterio, exige unir fuerzas ante el disparatado y peligroso desafío secesionista.
Nadie podrá negarle a Mariano Rajoy su firme y machacona defensa de la unidad de España y de la legalidad constitucional. Ese es su principal papel en momentos como el actual, teniendo en cuenta la imposibilidad de establecer un diálogo abierto con los separatistas catalanes, dada su cerrada actitud, aparentemente irreductible, que se aproxima mucho al golpe de Estado. En este caso, el presidente sí tiene quien le escriba: todo está escrito en la Constitución vigente. Sólo queda ya dar paso a la Justicia. Los que piden cortar de una vez el nudo catalán con la espada, y que también llaman inmovilista a Rajoy por no hacerlo, se equivocan tanto como los que le exigen desde el otro lado que haga concesiones a los insaciables de la estelada. Él se mantiene impertérrito, inamovible. La Justicia alcanzará ya hasta donde no puede llegar la política. Es su turno. La Historia pondrá después a cada uno en su sitio.
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