Cristina López Schlichting

El peligro de hacerse entender

La Razón
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Reconozco que no hubiese sabido cómo reaccionar. Si Pablo Iglesias me pregunta por mi abrigo –o mi peinado, o mi bolso– me quedo tan a cuadros como Ana Romero. En twitter la gente me ha proporcionado varias salidas ingeniosas, pero reconozco no estar habituada a este «nivel Maribel». Uno me dice que hubiese depositado la prenda a los pies del prócer, diciendo a la vez: «Exprópiese». Otro me apunta que habría respondido: «Y usted gana el doble que yo y, encima, lo cobra de Irán». Pero es que toda esta agresividad es nueva. Los más rápidos ya están aprendiendo. Pedro Sánchez le dijo a Rajoy en el debate electoral que «no era decente» y César Luena ha llamado «trilero» al presidente en funciones después de que se negase a formar gobierno. Celia Villalobos advirtió a ciertos parlamentarios de la conveniencia de evitar los piojos. Todo esto, lo siento, me resulta tosco. Hay quien está empeñado en ampliar el patio de su casa al mundo entero y el resultado es sumamente desagradable. Lo llaman espontaneidad, pero es instinto primitivo; presumen de reflejos, pero es descontrol; dicen que es llaneza y resulta insulto. La vida social requiere esfuerzo. Si todo fuese hacer lo que le nace a uno, caminaríamos sacando la lengua a éste, evitando saludar a aquél, o haciendo directamente un corte de mangas a quien molesta. La consecuencia inevitable sería la pelea, que en los colectivos se llama «guerra». De repente triunfan los perdonavidas, chulos, rabaneros y se imponen el brazo en alto, las piernas separadas, los brazos en jarras. Estoy haciendo acopio de pieles de zorro y abrigos de visón entre mis vecinas, por si me toca rueda de prensa con Podemos. Como ya estoy avisada, a la más mínima alusión, se las cedo, a ver si remedan a Kenny o a Kyle, de «South Park». El nuevo lenguaje de los líderes es tan inmediato que hay quien se lo cree. Desgraciadamente, lo inteligible resulta muy atractivo. Iglesias no sólo se adjudicó el viernes la vicepresidencia del gobierno de España, sino que prometió una lluvia de gasto público, a costa de incumplir el límite de déficit. Le pregunté a Luis de Guindos, el lunes en 13TV, y me aclaró que, en caso de saltarnos los límites fijados por Bruselas, se nos amonestaría y, posteriormente, multaría, pero que «mucho antes, los mercados te han matado». He de subrayar, sin embargo, que tanto a Antonio Pérez Henares como a mí nos costó una barbaridad que el ministro en funciones se explicase. De Guindos, profundamente dotado intelectualmente, experimenta no sólo dificultades, sino obvia repugnancia a hacerse entender por gente como nosotros. Creo que esta actitud le ha producido al PP más desgaste que la corrupción, que ya es decir. Y es que, cuando se trata de elegir entre lo incomprensible y lo llano, es fácil que muchos elijan lo llano. Aunque sea zafio.