Alfonso Ussía

El plasta Sánchez

La Razón
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Un viejo amigo, pesadísimo, vivió un leve accidente en el trayecto ferroviario entre San Sebastián y Madrid. Un pequeño susto. Tuvo lugar al abandonar el tren la estación de Vitoria. Me narró la experiencia durante una cena. En el primer plato aguardaba en el andén la llegada del tren, procedente de Hendaya e Irún. En el segundo plato, permanecía en el andén. En el postre, saludó en el mismo andén a un amigo común que también viajaba. Y en el café y la copa, el convoy con los vagones-cama de Wagons Lits –Companhia das Carruagens-Cama e dos Grandes Expressos Europeos–, aún no había llegado a San Sebastián. Calculé que el descarrilamiento en Vitoria, al ritmo de narración que llevaba, se produciría a las cinco de la madrugada. –Perdona, buenas noches, ya me lo contarás otro día-. En la actualidad, el lenguaje coloquial castiga a los pelmazos con el humillante «venga ya, ponte en Kenya». Los tostones que acuden por primera vez a un safari gustan de regodearse en los pequeños detalles y no en el safari en sí. – Venga ya, y ponte en Kenya, cuando te atacó el león-.

Algo parecido sucede con el plasta de Sánchez en el establecimiento hotelero gratuito de Soto del Real. Lleva cuarenta días allí recluido y ha terminado con la paciencia, la serenidad y el aplomo de tres compañeros de habitáculo. El cuarto está a un paso de solicitar el cambio de celda. El primero solicitó al Director de la prisión que lo separara de Sánchez –Jordi, no Pedro-, a cambio de un aumento de su condena. –Señor Director, prefiero un año más de cárcel a un día más con Sánchez-. El segundo, un empresario asturiano – me inspiro en el trabajo de Ricardo Coarasa publicado en La Razón-, molestaba a Sánchez por su adicción al tabaco. El tercero, catalán como Sánchez, harto de la verborrea del golpista de la ANC, experimentó un mareo, un cuadro de vértigo, y fue llevado a la enfermería. Y el cuarto, un interno sudamericano, lleva con aparente resignación la compañía de Sánchez, pero ha comentado con los funcionarios que su paciencia tiene un límite y el límite ya ha sido superado. El gran problema de Sánchez no es el golpismo separatista. Ese problema se soluciona con la aplicación del Código Penal. El problema es su pesadez, que ha originado un pequeño motín de los presos de Soto del Real. Nadie quiere compartir celda con Sánchez. Se cuenta que su tercer compañero, el catalán, que en un principio, aunque sin excesivo entusiasmo, comulgaba con las ideas separatistas del pelmazo, al ser separado de Sánchez emitió un -¡Viva España!-, como lo hubiera gritado un legionario. El capellán de Soto del Real también ha mostrado su preocupación. Sánchez acude todos los domingos a la Santa Misa, y el número de los reclusos creyentes y practicantes, ha menguado considerablemente. –Termina la Misa y aprovecha el trayecto por los pasillos que llevan al patio para hablarnos de Puigdemont, de Marta Rovira y de la calidad de la comida en la cárcel. Y encima, ha engordado-.

Un condenado no puede sufrir una doble condena, por grave que haya sido su delito. La pena de prisión satisface la deuda que tiene contraída con la sociedad, pero no es justo que en la deuda se incluya la obligación de aguantar a Sánchez. La situación ha llegado hasta tal punto de contrariedad general, que los ministerios de Justicia e Interior han acordado, que en el caso de que Sánchez sea condenado a permanecer durante unos años en prisión, se le habilite como a Rudolf Hess en Spandau, una prisión particular, por dura que sea la carga económica al respecto. Una prisión donde la única posible víctima del tostón de Sánchez, sea Sánchez. Se ha elegido el peñón de Alhucemas para construir allí la cárcel del preso plasta. La población reclusa en España ha respirado, aliviada. Hay que iniciar las obras con carácter de urgencia.