Cristina López Schlichting

El precio de la iglesia

La Razón
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La última campaña del IRPF ha sido un éxito. Cada vez más gente pone la X en la casilla de la Iglesia, concretamente 23.174 personas más. También la recaudación ha aumentado, porque la situación económica de los declarantes lo ha hecho ligeramente: por primera vez desde el comienzo de la crisis, se han superado los 250 millones de euros. El dato ha desatado cierto disgusto en determinados sectores, que me resulta de muy difícil comprensión. Sobretodo porque las envidias proceden de la izquierda, que se supone más sensible con los sectores sociales desfavorecidos. Criticar que, con el dinero de la declaración, se pague a los curas o a los obispos es tontería, porque los contribuyentes ya lo saben. Como conocen que los curas ganan 800 euros y los obispos, 1200. Ponemos la X porque sostenemos, precisamente, a la Iglesia católica y sus obras. O sea, parroquias, templos, campañas y hasta 13TV. Instrumentos perfectibles todos, insuficientes tantas veces, torpes quizás, pero siempre ordenados al esfuerzo eclesial. Se equivocan quienes pretenden sembrar la inquina o el recelo, porque la evidencia del bien que supone la Iglesia no es nada teórica: la tiene cada vecino en su barrio. En los curas, religiosas, frailes y laicos que actúan y proceden a la vista de todos. En la actividad de la parroquia, los grupos juveniles, las catequesis. La aportación católica a la sociedad es, sencillamente, humanizadora. Yo no digo que esté exenta de fallos. Pero es infinitamente superior a la de muchas instituciones, entre ellas los partidos políticos. Y la gente lo sabe. Conoce este caudal de misericordia y de compasión que empiezan en Francisco y acaban en el fiel que visita al anciano, o el sacerdote que anima a un síndrome down a trabajar en la parroquia o al mendigo a insertarse en la comunidad. Estas cosas están a la vista. Hay otras que no se ven, pero que los que ponen la X también saben. Lo sabe el que ha sufrido y, en un momento de desesperación, ha tenido un cura para escucharlo. El que ha tenido un pariente enfermo y ha sido ayudado por una religiosa que se ha matado por él. El que forma parte de un grupo bueno, que lo apoya y sostiene emocionalmente. ¿Quién no ha pasado por un momento negro? Matrimonios en fase de ruptura. Padres que ya no saben qué hacer con un hijo. Ancianos que son ayudados a bien morir. ¿Quién no ha tenido estos casos en su familia? Por eso es inútil embestir contra el bien. Puede que se ganen titulares o programas, pero no puede negarse la realidad, como no puede cegarse la luz del sol. El hombre o la mujer que, en la oscuridad del confesionario, han visto su corazón acariciado por la mano del Misterio, el que ha percibido la bondad infinita de la vida, cuando ya no creía que hubiese esperanza, ése sabe que la X merece la pena. La Iglesia, sencillamente, no tiene precio.