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Alfonso Merlos

El prejuicio y la chapuza

El prejuicio y la chapuza
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Ni la impunidad ni el linchamiento. Pero sobre todo, no a la chapuza y al prejuicio. En democracia la forma es el fondo. No es un latiguillo. Es la esencia de un sistema que protege los derechos más fundamentales de todos y cada uno de los ciudadanos y que no los considera delincuentes, salvo que se demuestre. Y éste es el quid de la cuestión en el caso Blesa. No hay mucho más. En este punto, desde luego.

Ya se observa cómo de forma peripatética hay un juez que es elevado a los altares, al que se considera víctima, al que se admira por haber sido osado contra los banqueros que nos han llevado a la crisis. Pero, ¿qué hay detrás? Lo que hay simplemente es la falta de respeto a los más básicos rudimentos del Estado de Derecho.

Es evidente que hay ganas, a ras de suelo, de meter en el trullo a todos los que principalmente nos han arrastrado hasta esta depresión. Pero ésa es la más clara manifestación de la injusticia. La masa contra los poderosos, al margen de la ley, los procedimientos, los tiempos que deben manejar –como poder independiente– los tribunales.

Todo español tiene derecho a defenderse de los delitos que se le imputan. Incluso si se apellida Blesa. También cuando su gestión no tiene en la raíz una cadena de errores sino una serie de lamentables hechos que pueden y deben llevarle a estar entre barrotes, a la sombra.

Pero no nos precipitemos. Lo más fácil ahora es difundir falacias o diseminar opiniones antes de que aparezcan las evidencias. Si estamos ante una golfada, sin prisa pero sin pausa, las togas a las que les competa que emitan su ineluctable veredicto. No hay más.