Jesús Fonseca
El Rey: escuchar, mirar y callar
La Monarquía no es un cuento de hadas. Eso lo sabe, el Rey, mejor que nadie. Es difícil –por no decir imposible– escribir del Rey, con rigor y sin favor, sin aburrir a las ovejas al repetir siempre las mismas cosas, los mismos tópicos: que si se mete a todos en el bolsillo con sus ocurrencias, que si tiene olfato y ha prestado impagables servicios a España, que si lo que más le importa es la felicidad de los españoles. Que se dejaría la vida por ellos. Todo lo cual es muy cierto. Como lo es, también, que Don Juan Carlos ha tenido que enfrentarse a lo que no está escrito; ha soportado lo insoportable: desde tener que oír en los primeros días de su reinado a voz en grito aquello de «¡No queremos reyes idiotas!», a tragarse la peor de las acusaciones: ser cómplice de Franco. Pero él no se ha amilanado nunca. Siempre adelante, hasta la extenuación, con paciencia y entrega. El único secreto de este Rey es que sabe más que Lepe; que las caza al vuelo. Don Juan Carlos descubrió siendo muy chico lo que los libros no enseñan. Eso le ha salvado. Lo metieron en vereda desde que era un crío. Aprendió pronto a mirar, a escuchar y a callar. Pero lo mejor del Rey es la Reina. Ella y el Príncipe de Asturias. ¿Quién si no le aúpa en las horas flacas? Al igual que para caer nadie le ayuda como sus amigos. En España personalizamos demasiado. Las cosas salen adelante haciéndose espaldas unos a otros. En este desquiciado país nuestro, la Reina –a tiempo completo– aporta la inteligencia más vivaz a esa Familia y el Príncipe, la visión práctica de las cosas. Un Rey, en fin, el nuestro, tan peculiar que fue proclamado por los que no podían verlo. Al que nadie marca el paso a la hora de servir y ser útil a los españoles. Ojalá siga ahí muchos años.
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