Historia

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El último dinosaurio

La Razón
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En enero de 1959 «Arriba», con su yugo y sus flechas, de escasa venta pero buque insignia del régimen franquista, dedicó toda su primera página a la entrada en La Habana de las columnas del Ché y Camilo Cienfuegos mientras Fidel Castro se demoraba en un apoteótico baño de multitudes desde Santiago a la capital. Uno de los pocos periodistas que pudieron acceder a Fidel en el pico Turquino de Sierra Maestra contó que entre los poquísimos libros que se podía permitir en aquellas anfractuosidades figuraban las obras completas de José Antonio Primo de Rivera, que, si las leyó, indicarían la inclinación del personaje por el fascismo latino luego trocada por el sovietismo barbudo. Entonces Castro era Robin Hood, un ser libre de todo pecado que bajaba del monte para separar las aguas del bien y del mal. Franco, con el rencor primigenio hacia Estados Unidos por la puñalada del 98, siempre mimó a Castro aunque las disyuntivas del tiempo llevaran a uno a la alianza con Washington y al otro con Moscú. A la postre ambos convenían en quien tenía que mandar. Un intelectual europeo se hacía mientes de la alfabetización castrista emocionándose ante la imagen de una anciana en un bohío enfrascada en la lectura de los tomos de «El manifiesto comunista». Pasando por alto que el manifiesto de Marx y Engels es un folleto, lo cierto es que tan meteórica docencia llevada a cabo por voluntariosos estudiantes no incluía la comprensión de textos, como luego señalaría la UNESCO, y tanto te daba leer «Granma» o el rollo del papel higiénico, si lo hubiera. La mejor medicina del mundo era la soviética y la cubana, y por ello Julio Llamazares fue a La Habana para ampliar la ciencia de Hipócrates, pero cuando a Fidel le hurgaron las tripas, cerraron y llamaron a Madrid al mejor cirujano abdominal de nuestra sanidad pública. No nombro a la eminencia porque cuando Franco se operó de próstata agradeció al doctor Puigvert: «Me ha salvado la vida». «Sí, pero le ruego no lo comente». Lo peor del castrismo no es lo que se haya podido avanzar en coser la herida de las desigualdades sino todo lo que se ha perdido en el larguísimo camino de Fidel, justificado por un «bloqueo» que consiste en que Cuba, dependiente de las importaciones, no puede pagarlas. Salud al último dinosaurio, pero recordemos que nunca convivieron un «Tiranosaurius Rex» y el hombre.